El más visible contraste del discurso de 28 julio es el que separa la opinión de los analistas económicos en los comentarios previos, todos los cuales coincidían en que esperaban que el presidente explique lo que se propone hacer frente a la crisis económica mundial cuyos impactos están creciendo en el país, y el contenido del mensaje mismo para el cual no existe ningún punto de corte entre el momento en que se declara la crisis y los años previos de rápido crecimiento, lo que hace mezclar las cifras y los problemas, con un único resultado que es el de negarse a adoptar medidas ante la gravedad de la situación.
Para García el crecimiento de los años anteriores era un número que se podía convertir en un cartel presidiendo una reunión con empresarios, como hizo en enero, en pleno deterioro de los indicadores internos, cuando lanzó una de sus peroratas de estímulo y llamados al optimismo con un afiche que aludía al 9.8% del 2008. Lamentablemente los empresarios no reaccionaron a su entusiasmo y la inversión privada se derrumbó de una velocidad de 26% en año anterior, a 1% en el primer semestre del 2009, con tendencia a seguir bajando. Como sigue obsesionado en el guarismo final, el ministro Carranza le ha dicho que la única manera de evitar una catástrofe que acabe con las últimas reservas de fe en el modelo, es que el Estado sustituya a los privados con gasto propio en inversiones. Este es el motivo de la fórmula: gastar, gastar, como si el mundo se fuera a acabar.
García debía haber explicado los sectores que están siendo afectados directamente por la crisis y los deterioros macroeconómicos que está sufriendo el país y están desequilibrando el modelo. Esto para no pedirle que admita sus errores iniciales de soberbia ante un escenario que se tornaba adverso y la demora y confusión con que empezaron a elaborarse los planes anticrisis y de estímulo. ¿Qué fue de estas medidas? El discurso ni las menciona. En cambio se quejó una vez más de las morosidades burocráticas, y en un extremo de temeridad llegó a decir que se entregaría 2 mil millones de soles a unidades ejecutoras de base para que hagan obras por fuera de los municipios y las regiones. ¿Qué quiso decir? Acaso que pondrá cuentas en los bancos, que luego no podrán gastarse por ausencia de capacidad técnica y ejecutiva, o que esto es una farra y hay que quemar lo que le queda al fisco.
El problema es que la crisis no es un fenómeno parejo, que puede conjurarse con una mayor inversión en construcciones, porque eso no va hacer reaccionar a los mercados de exportación que estamos perdiendo (a pesar de la cantidad de TLC que hemos firmado) y que está provocando cierres y despidos en sectores como el textil y la agroindustria, ni va a modificar la tendencia decreciente de los precios de las materias primas que han sostenido el crecimiento previo, lo que está despriorizando los proyectos mineros. También surge la inestabilidad de los mercados financieros, que están representando pérdidas para las AFP y otros fondos sociales. La baja de recaudación del sector público, precisamente cuando se propone gastar y gastar. La inestabilidad monetaria, que erosiona las reservas, etc. ¿Qué dice García sobre esto? Nada. Pero aunque ya no se atreve a pronosticar cómo llegaremos a fin de año (que muchos estiman que será crecimiento cero), se proyecta al 2010 y 2011, con una supuesta recuperación al 6% para cada uno de esos dos años, sin decir en qué basa su apuesta.
Todo hace ver que la política de arengar a los privados para que se mojen en la crisis, bajo el supuesto que el Estado está poniendo de la suya y sin estorbarles (obras de construcción, no competitivas), se ha agotado, a pesar de la fuerte insistencia presidencial en el optimismo que mueve montañas. La idea de que el Perú llegará al 2021, al bicentenario de la independencia, como país del primer mundo, tampoco parece ser una palanca convincente, para que los capitales se arriesguen a perderlo todo en una crisis tan diluyente como la actual.
El becerro de oro de las inversiones tiene sus reglas y sus tiempos. Eso lo saben sus viejos adoradores. Mientras que los conversos recientes, como Alan García, suelen creer que la mera seducción de las palabras, puede alterar las duras reglas del capitalismo.