miércoles, 23 de enero de 2008

Mayo `68: El año en que cambió el mundo





El movimiento de mayo ´68 tuvo mucho significado para los estudiantes universitarios porque les brindo la oportunidad de apreciar de cerca la construcción de una situación revolucionaria basada en la democracia directa, la lucha en las calles y antagonismo pleno con toda forma conservadora que para entonces significaba burguesa. El papel de los partidos políticos en la Universidad también se hizo relevante, es necesario pues sacar lecciones al respecto, para que se cometan los mismos errores de aquellas épocas, teniendo siempre en cuenta que en Latinoamérica las luchas estudiantiles son de mayor data, con la limitación que el programa de reforma enarbolado los aísla del movimiento proletario y social.








El año en que cambió el mundo / Vicente Verdú




En 2008 se cumple el 40º aniversario de un momento clave del siglo XX. París, San Francisco, Praga, Vietnam. Muchas mechas prendieron a la vez y una generación de jóvenes se rebeló contra el modelo de sociedad burguesa. Su moral represiva se combatía con la liberación sexual, el placer inmediato de las drogas, el ‘rock and roll’. Aquellos chicos, lejos de avergonzarse de su inmadurez, sacaron pecho. Se gritaba “la imaginación al poder”. Pero, ¿qué imaginación?, ¿y qué poder? Aliados de la lucha obrera, los ‘sesentayochistas’ pertenecían en su mayoría a las clases acomodadas. Negaron el consumo y acabaron siendo sus máximos aliados. Promovieron la revolución social desde el superindividualismo. Las contradicciones del 68 son numerosas. Pero de cada una de ellas saltó una chispa. Y entre todas forman una luz que sigue iluminando el mundo cuarenta años después.

"Desear la realidad está bien, realizar los deseos está mejor”. La consigna no dejaba lugar a dudas, puesto que a la revolución de 1968 dejaba olisquear desde lejos los tufos que caracterizan a la orgía. La misma significación medular se encerraba en el “ser realistas, pedir lo imposible”, o, lo que es lo mismo, que todo lo soñado se cumpliera y que cualquier bien llegara a las manos con el simple derecho de existir. No podía, pues, considerarse extraño que los detractores observaran el movimiento como una pataleta de hijos mimados. Y obscenos.

El talante dionisiaco del 68 se oponía al orden sexual que reinaba en la sociedad burguesa, y ello constituyó el núcleo basal de la revuelta. Una revuelta generada no por fuerzas masónicas ni porque hubiera subido el precio del trigo al modo de la revolución de 1789, sino por la potencia del orgón.

Todas las críticas a los fuegos de artificio político del 68 no tienen en cuenta su hoguera fundamental, encendida desde el sexo, y gracias, decisivamente, al movimiento de liberación de la mujer. Sin el concurso de la liberación femenina no habría sido posible llegar a nada, pero con su complicidad saltaron los tabiques del tinglado tradicional.




El capitalismo, sin embargo, se mantuvo airosamente en pie. Más aún: el odiado capitalismo mutó su antigua piel por un satén de irisados colores, y con ello obtuvo capacidad para respirar mejor y desarrollarse como una verbena de consumo agregada a la fiesta del orgasmo, el antiautoritarismo, la aventura y el amor a la revolución.



Daniel Bell presagiaba en Las contradicciones culturales del capitalismo el conflicto que podría crearse cuando la ética del trabajo, derivada del ascetismo protestante, fuera asaltada por un modo de vida basado en el goce inmediato y el placer consumista. Pero el conflicto no creó jamás parálisis, sino, por el contrario, un efecto acelerador. Así, el libro más citado y célebre de Bell ha ido convirtiéndose en su obra más acertada si se lee, aproximadamente, en sentido inverso. Contradicciones en el sistema, sí; pero en lugar de romper el mecanismo, como creían Bell y los del ’68, se registró un superaccidente de cuya energía el capitalismo salió tan rejuvenecido como por un exfoliante de Clarins.



Los años sesenta constituyen la década crucial en que el conspicuo capitalismo de producción, oscuro, austero y represor, empezó a girar hacia el cromatismo musical del capitalismo de consumo. Mayo del ’68 significó, para los analistas sociopolíticos, la cristalización conjunta del malestar obrero, el malestar estudiantil en la universidad y la explosión del reino juvenil que estaba cociéndose desde los años ’20.



En 1925, Ortega y Gasset repetía en La deshumanización del arte su constatación, entonces asombrosa, de que los muchachos, en lugar de avergonzarse por su inmadurez y esforzarse en adoptar hechuras de viejo para ganar reputación, empezaban a sentirse ufanos de su apariencia.
¿Qué significaba esta traslación al look? Tenía que ver con que el viejo había perdido liderazgo.
Mayo del ’68 fue el éxito de la cohorte juvenil que cabalgó sobre la cresta de los espasmos ideológicos, artísticos y económicos, mientras ganaba la relevancia que sus mayores dilapidaron con el fracaso humano de las dos guerras mundiales. El creciente valor de la materia joven significó un vuelco en la jerarquía de todos los valores. El prototipo burgués basaba su moral en tres virtudes capitales: el ahorro, la utilidad y la finalidad. Mayo del ’68 y su máximo motor emocional refutaba cada uno de esos principios. Frente al ahorro y la contención sexual, propugnaba el gasto orgasmático (la energía del orgón que teorizó Wilhelm Reich); frente a la renuncia, el placer sin espera.



El ahorro se reveló entonces equivalente a la represión (el ahorro de sexo femenino hasta la boda), y la utilidad o la finalidad se manifestaron como la marca desencantada del proyecto y de la acción. Mayo del ‘68, encarnado en la orgía, empujaba en la otra dirección. Frente al ahorro represivo, el gasto; contra la calculada utilidad, la inmediatez, y frente a la finalidad, la aventura. La reunión de estos tres elementos dibuja el triángulo de la cultura de consumo. Maldecir ahora la sociedad de consumo resulta tan pesado como rancio, pero entonces era una manera joven y anticapitalista de ser. Para José Luis Aranguren (Cuadernos para el Diálogo), el consumismo era “un reduccionismo economicista de la vida”, y para Jean Baudrillard, “constituía un sistema que se hallaba en trance de destruir las bases del ser humano” (La societé de consommation, Denoël, 1970). Esta era la doctrina central. Y la paradoja, por tanto, era ésta: los presupuestos de la revolución sesentayochista procedían de la sociedad de consumo que crecía bajo sus pies, pero sus líderes repudiaban con vehemencia el consumismo, siendo ellos, por excelencia, grandes consumistas: del tiempo, del sexo, de los derechos, de los mass media.



De hecho, tanto Mayo del ’68 como el sistema de consumo son inconcebibles sin la gigantesca explosión de los mass media. La comunicación de masas y el consumo de masas, la fiesta y el contagio sesentayochistas fueron cruzándose en una copulación reproductora. De ahí que la revuelta fuera, de una parte, muy amplia, a la manera de una endemia, y de otra, muy efímera. Los media difundieron la nueva visión de la sociedad, la universidad, la psiquiatría, la familia, la escuela, la relación intersexual, los derechos de la mujer, y recrearon, con su ejercicio, la composición de una estampa nueva. Cuarenta años después no vale la pena calificar de éxito o fracaso aquella subversión porque sus vindicaciones se han inscripto en el alma social como un bordado del mismo hilo.



Sin la mujer, en suma, no habría sido factible la fiesta del ’68, y gracias a su vigoroso movimiento de liberación se emanciparon dos o tres sexos a la vez. El suyo, que funcionaba como gran policía de las buenas costumbres, y el sexo masculino, que obtuvo la inesperada franquicia para intercambiar sus deseos con los de sus parejas. Aquella renuncia a llevar sujetador fue literalmente la pérdida del sujetador.



No hubo tiempo para culminar la gran idea sexualista, pero ¿quién duda de que se consumaron muchos cortejos? Buena parte de la guerra de generaciones de entonces procedía no tanto del choque maoísta con los progenitores como de la incompatiblidad entre sus dictámenes sobre el sexo y el matrimonio y la teorética del amor libre. Muchas o todas las comunas fracasaron, y prácticamente cualquier intento de tríos a la manera de Jules et Jim provocaron neurosis; pero tanto Truffaut como nosotros, sus coetáneos, no desperdiciamos la oportunidad para ensayar.
De ahí aquello tan conocido de “la imaginación al poder”. ¿Qué imaginación? ¿Qué poder? Todo aquello que procedía de inaugurar excitadamente una transgresora, soñada y revolucionaria realidad sexual. El LSD, la marihuana, el hachís, la droga en general aureolaba la juerga, y si fue, de un lado, una complacencia en el placer individual, fue, de otro, un signo de oro para señalar el nuevo momento del valor.



Con la droga se obtenía gozo inmediato, sin esperas. Al igual que sucedía con las adquisiciones a plazos o con las hipotecas después. Primeramente se accedía al bien, y más tarde llegaban los efectos secundarios. Todo lo contrario a la ecuación de las generaciones precedentes al ’68, que primero ponían la abnegación, el ahorro, la espera, y más tarde optaban a la debida compensación.



La inversión de este enunciado canónico, proyectado en casi todos los ámbitos de la realidad, decidió el rumbo de la cultura. Los sesentayochistas fueron los grandes promotores del consumo, negando, sin embargo, el consumo. Grandes promotores de la revolución social siendo superindividualistas. Formidables aliados de las protestas de la clase baja cuando, en su mayoría, procedían de la clase alta o media alta.

Las contradicciones de Mayo del ‘68 son tantas que hacen aún más brillante su memoria. De cada contradicción brota una chispa, y de todas ellas, una luminaria que, si fracasó en sus objetivos políticos explícitos, ha triunfado rotundamente en el deslizamiento de sus intuiciones y emociones sustanciales. Gran éxito de la feminidad, sin duda.

De: El País de Madrid.

COMUNISTA ANTONIO GRAMSCI y los traidores de Avanti


Siempre consideramos que la mejor manera de homenajear a un revolucionario es continuar con la lucha denodada contra el capitalismo, aprender de su ejemplo tanto como de sus libros. Antonio Gramsci nos revela en este informe los aspectos objetivos y subjetivos de la expresion de la lucha de clases concreta, entre sus distintos aspectos notamos el papel traidor del grupo Avanti.

EL MOVIMIENTO TURINENSE DE LOS CONSEJOS DE FÁBRICA


(Informe enviado, en julio de 1920, al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista)[1]

Uno de los miembros de la delegación italiana, llegado poco ha de la Rusia soviética, refirió a los trabajadores turineses que la tribuna destinada a la delegación a Kronstadt estaba adornada con la siguiente inscripción: "Viva la huelga general turinesa de abril 1920".

Los obreros acogieron esta noticia con sumo placer y con gran satisfacción. La mayor parte de los componentes de la delegación italiana que había ido a Rusia habían sido contrarios a la huelga general de abril. Estos sostenían, en sus artículos contra la huelga, que los obreros turineses habían sido víctimas de una ilusión y habían sobrestimado la importancia de la huelga.
Los trabajadores turineses acogieron, sin embargo, con sumo gusto del acto de simpatía de los compañeros de Kronstadt, diciendo: "Nuestros compañeros comunistas rusos han comprendido y valorado la importancia de la huelga de abril mejor que los oportunistas italianos, dando con ello una buena lección a estos últimos".

La huelga de abril [2]

El movimiento turinés de abril constituyó, en efecto, un grandioso acontecimiento en la historia, no sólo del proletariado italiano, sino del europeo, y aun podemos decir en la historia del proletariado de todo el mundo.
Por vez primera en la historia, se dio el caso de un proletariado que emprende la lucha por él con­trol de la producción, sin haber sido impelido a la acción por el hambre ni por el paro. Además, no fue sólo una minoría, una vanguardia de la clase trabajadora la que emprendió la lucha, sino que en­tró en la liza la masa entera de los trabajadores de Turín, sin preocuparse de las privaciones ni de los sacrificios y permaneciendo en pie de guerra hasta el fin.
Los huelguistas del metal mantuvieron el paro por espacio de un mes; las demás categorías, diez días. La huelga general de los últimos diez días se ex­tendió a todo el Piamonte, movilizando a cerca de medio millón de obreros industriales y agrícolas e involucrando por consiguiente a cerca de cuatro millones de habitantes.

Los capitalistas italianos pusieron en tensión todas sus fuerzas para sofocar el movimiento obrero turinés; todos los medios del Estado burgués fueron puestos a su disposición, mientras que los obreros sostuvieron la lucha sin ninguna ayuda por parte de la dirección del Partido Socialista ni de la Confederación General del Trabajo. Así, los dirigentes del Partido y de la Confederación escarnecieron a los trabajadores turineses e hicieron todo lo posible para disuadir a los trabajadores y campesinos italianos de llevar a cabo cualquier acción revolucio­naria tendente a manifestar su solidaridad con sus hermanos de Turín y a prestarles así una eficaz ayuda.
Mas los obreros turineses no perdieron por eso los ánimos. Soportaron valientemente todo el peso de la reacción capitalista, observaron la disciplina hasta el último momento y permanecieron fieles a la bandera del comunismo y de la revolución mundial hasta después de la derrota.

Anarquistas y sindicalistas

La propaganda de los anarquistas y sindicalistas contra la disciplina de partido y de la dictadura del proletariado no ejerció ninguna influencia sobre las masas, aun cuando, a causa de la traición de los dirigentes, la huelga terminara con la derrota. Los trabajadores turineses se juramentaron, pues, para intensificar la lucha revolucionaria y proyectarla sobre dos frentes: contra la burguesía victoriosa, por una parte, y por la otra contra los jefes traidores.

La conciencia y la disciplina revolucionarias, de las que las masas turinesas han dado pruebas, tienen su base histórica en las condiciones económicas y políticas a través de las que se ha desarrollado la lucha de clases en Turín.

Turín es un centro de carácter eminentemente industrial. Casi las tres cuartas partes de la población, que cuenta medio millón de habitantes, está compuesta de obreros. Los elementos pequeño-burgueses constituyen una muy pequeña proporción del censo En Turín existe, además, una compacta masa de empleados y técnicos, quienes están organizados en los sindicatos adheridos a la Cámara del Trabajo. Estos estuvieron a lo largo de todas las grandes huelgas siempre al lado de los obreros, y, si no todos ellos, por lo menos la mayor parte, han adquirido la mentalidad del verdadero proletario, en la lucha contra el capital, por la revolución y el comunismo.

La producción industrial

La producción turinesa está, vista desde fuera, perfectamente centralizada y es totalmente homogénea. La industria metalúrgica, con cerca de cincuenta mil obreros y diez mil empleados y técnicos, ocupa el primer lugar. Sólo en las fábricas Fiat trabajan treinta y cinco mil obreros, empleados y técnicos; en las principales fábricas de dicha empresa están trabajando dieciséis mil obreros en la construcción de automóviles de todo tipo, de acuerdo con los sistemas más modernos y perfeccionados. La producción de automóviles constituye la característica de la industria metalúrgica turinesa. La mayor parte de las maestranzas está integrada por obreros calificados y por técnicos, que no tienen, empero, la mentalidad pequeño-burguesa de los obreros calificados de los demás países, especialmente de Inglaterra.

La producción automovilística, que ocupa el primer puesto en la industria metalúrgica, mantiene supeditadas otras ramas de la producción, tales como la industria de la madera y la de la goma.

Los metalúrgicos forman la vanguardia del proletariado turinés. Dadas las particularidades de esta industria, todo movimiento iniciado por sus obreros se convierte en un movimiento general de masas y adquiere un carácter político y revolucionario, aunque al iniciarse no persiga sino objetivos meramente sindicales, es decir, económicos.

Turín posee una sola organización sindical importante, fuerte de noventa mil adherentes, la Cámara del Trabajo. Los grupos anarquistas y sindicalistas existentes no poseen casi ninguna influencia sobre la masa obrera, que está, firme y decididamente, del lado de las secciones del Partido Socialista y se halla integrada, en su mayor parte, por obreros comunistas.
El movimiento comunista dispone de las siguientes organizaciones de combate: la sección del Par­tido, con 1,500 inscritos, veintiocho círculos, con diez mil socios, y veintitrés organizaciones juveniles, con dos mil socios.

En todas las empresas existe un grupo comunista permanente, con una dirección propia. Los grupos aislados se unen, según la situación topográfica de su empresa, formando grupos de barriada, los cuales tienen a su frente un comité directivo en el seno de la sección del Partido, quien concentra en su mano todo el movimiento comunista de la ciudad así como la dirección de la masa obrera.

Turín, capital de Italia

Antes de la revolución burguesa, que creó el actual orden burgués en Italia, Turín era la capital de un pequeño Estado, que comprendía el Piamonte, la Liguria y Cerdeña. En aquella época, predominaba en Turín la pequeña industria y el comercio.
Tras la unificación del reino de Italia y el traslado de la capital a Roma, parecía que Turín debía correr el peligro de perder su importancia. Pero la ciudad superó en breve tiempo la crisis económica, y se convirtió en uno de los centros industriales más importantes de Italia. Puede decirse que este país cuenta con tres capitales: Roma, como centro administrativo del Estado burgués, Milán, como centro comercial y financiero del país (todos los bancos, oficinas comerciales e instituciones financieras están concentrados en Milán), y, finalmente, Turín, como centro industrial, en el que la producción ha alcanzado el máximo grado de desarrollo. Con el traslado de la capital a Roma, emigró de Turín toda la pequeña y media burguesía intelectual, que administró al nuevo Estado burgués el personal administrativo necesario para su funcionamiento. El desarrollo de la gran industria atrajo, en cambio, a Turín la flor de la clase obrera italiana. El proceso de desarrollo de esta ciudad es, desde el punto de vista de la historia italiana y de la revolución proletaria de Italia, interesantísimo.

El proletariado turinés se convierte así en el dirigente espiritual de las masas obreras italianas vinculadas a esta ciudad por muchas relaciones: parentela, tradición, historia y otras ligaciones de índole espiritual (el ideal de todo obrero italiano es hoy el de poder trabajar en Turín).

Todo eso explica el porqué las masas obreras de toda Italia estaban deseosas —oponiéndose a veces a la voluntad de los jefes— de manifestar su solidaridad con la huelga general de Turín. Dichas masas ven en esta ciudad el centro, la capital de la revolución comunista, el Petrogrado de la revolución proletaria de Italia.

Dos insurrecciones armadas

Durante la guerra imperialista de 1914-18, Turín vivió dos insurrecciones armadas: la primera, que estalló en mayo de 1915, tenía por objetivo impedir la intervención de Italia en la guerra contra Alemania (en dicha ocasión fue saqueada la Casa del pueblo); la segunda, en agosto de 1917, tomó el carácter de lucha revolucionaria armada en gran escala.
La noticia de la Revolución de marzo
[3] en Rusia fue acogida en Turín con indescriptible júbilo. Los obreros lloraban de emoción al enterarse de aquel acontecimiento en que el poder del zar había sido derrocado por los obreros de Petrogrado. Pero los trabajadores turineses no se dejaron engatusar por la fraseología demagógica de Kerenski y de los mencheviques. Cuando, en julio de 1917, llegó a Turín la misión enviada a la Europa occidental por el Soviet de Petrogrado, los delegados Smirnov y Goldemberg, que se presentaron ante una muchedumbre de cincuenta mil obreros, fueron saludados con ensordecedores gritos de: "¡Viva Lenin! ¡Vivan los bolcheviques!"

Goldemberg no se explicaba esta calurosa acogida. No llegaba a comprender cómo el compañero Lenin fuera tan popular entre los obreros turineses. Porque no hay que olvidar que este episodio tuvo lugar después de la represión de la insurrección bolchevique del mes de julio, con motivo de la cual la prensa burguesa italiana se despachó a su gusto insultando a Lenin y a los bolcheviques llamándoles bandidos, intrigantes, agentes y espías del imperialismo germánico.

Desde el inicio de la guerra italiana (24 mayo 1915), el proletariado turinés no había realizado ninguna manifestación de masas.

Barricadas, trincheras, alambradas

El imponente comicio organizado en honor de los delegados del Soviet petrogradense marcó el comienzo de un nuevo periodo de movimientos de masas. Todavía no había transcurrido un mes cuando los trabajadores turinenses se levantaron en armas contra el imperialismo y el militarismo italianos. La insurrección estalló el 23 de agosto de 1917. Por espacio de cinco días los obreros combatieron en las calles de la ciudad. Los insurgentes, que disponían de fusiles, granadas y ametralladoras, lograron ocupar hasta algunos barrios de la ciudad e intentaron tres o cuatro veces adueñarse del centro, en donde se encuentran las instituciones gubernativas y los mandos militares.

Pero los dos años de guerra y de reacción habían debilitado la ya fuerte organización del proletaria­do, y los obreros, faltos de armamento adecuado, fueron vencidos. En vano esperaron el apoyo por parte de los soldados, los cuales se dejaron engañar por la insinuación de que el levantamiento había sido inspirado por los alemanes.

El pueblo levantó barricadas, cavó trincheras, rodeó algunos barrios con alambradas dotadas de corriente eléctrica y rechazó por espacio de cinco días todos los ataques de las tropas y de la policía. Cayeron más de 500 obreros, y más de 2.000 fueron gravemente heridos. Tras la derrota, los mejores elementos fueron arrestados y deportados, y el movimiento proletario perdió empuje revolucionario. Mas los sentimientos del proletariado turinés permanecieron inmutables.

Una prueba de ello la encontramos en el siguiente episodio: poco tiempo después de la insurrección de agosto tuvieron lugar las elecciones para el Consejo administrativo de la Alianza cooperativa turinesa, inmensa organización que abastece a una cuarta parte de la población de Turín.

La Alianza cooperativa

La A.C.T. (Alianza Cooperativa Turinesa) se compone de la Cooperativa ferroviaria y de la Asociación general de los obreros. Desde hacía muchos años la sección socialista venía ocupando el Consejo de administración, pero ahora la sección no estaba en disposición de llevar a efecto una activa agita­ción en el seno de las masas obreras.

El capital de la Alianza estaba en su mayor parte constituido por acciones de la cooperativa ferroviaria perteneciente a los ferroviarios y a sus familias. El desarrollo adquirido por la Alianza había aumentado el valor de las acciones desde 50 a 700 liras. El Partido consiguió persuadir a los accionistas de que una cooperativa obrera tiene como objetivo no la ganancia de los particulares, sino el reforzamiento de los medios de lucha revolucionaria, y los accionistas se conformaron con un dividendo del tres y medio por ciento sobre el valor nominal de 50 liras mejor que sobre el valor real de 700. Después de la insurrección de agosto, se formó, con el apoyo de la policía y de la prensa burguesa y reformista, un comité de ferroviarios que se propuso quitar al Partido Socialista el predominio en el consejo administrativo. A los accionistas se les prometió la liquidación inmediata de la diferencia 650 liras entre el valor nominal y el corriente de todas las acciones; a los ferroviarios se les prometieron diversas prerrogativas en la distribución de los géneros alimenticios. Los reformistas traidores y la »prensa burguesa pusieron en acción todos los medios de propaganda y de agitación al objeto de transformar la cooperativa de organización obrera en empresa comercial de carácter pequeño-burgués. La clase obrera estaba expuesta a persecuciones de todo género. La censura apagó la voz de la sección socialista. Pero pese a todas las persecuciones y a todas las violencias, los socialistas, que ni por un solo instante habían abandonado su punto de vista de que la cooperativa obrera era un medio de la lucha de clases, obtuvieron de nuevo la mayoría en la dirección de la Alianza cooperativa.

El Partido socialista obtuvo 700 votos sobre un total de 800, aun cuando la mayoría de los electores eran empleados ferroviarios, de quienes se esperaba que, después de la derrota de la insurrección de agosto, manifestarían una cierta vacilación y aun quizá cierta tendencia reaccionaria.

En la postguerra

Después del fin de la guerra imperialista el movimiento proletario hizo rápidos progresos. La masa obrera dé Turín comprendió que el periodo histórico abierto por la guerra era muy diferente de la época que precedió al conflicto. La clase obrera turinesa intuyó al instante que la III Internacional es una organización del proletariado mundial para la dirección de la guerra civil, para la conquista del poder político, para la instauración de la dictadura proletaria, para la creación de un nuevo orden en las relaciones económicas y sociales.
Los problemas de la revolución, económicos y políticos, fueron objeto de discusión en todas las asambleas de los obreros. Las mejores fuerzas de la vanguardia obrera se reunieron para difundir un semanario de orientación comunista, el "Ordine Nuovo". En las columnas de este semanario se trataron los varios problemas de la revolución; -la organización revolucionaria de las masas que debían conquistar los sindicatos para la causa del comunismo; el traslado de la lucha sindical desde el campo mezquinamente corporativista y reformista al terreno de la lucha revolucionaria, del control sobre la producción y de la dictadura del proletariado. Igualmente fue puesta en el orden del día la cuestión de los Consejos de fábrica.

En las empresas turinesas existían ya de antes comités obreros, reconocidos por los capitalistas, y algunos de dichos comités habían ya emprendido la lucha contra el funcionarismo, contra el espíritu reformista y las tendencias constitucionales de los sindicatos.

Mas la mayor parte de esos comités no eran sino criaturas de los sindicatos; las listas de los candidatos .para tales comités (comisiones internas) eran propuestas por las organizaciones sindicales, las cuales escogían a los obreros de tendencia oportunista que no causaran disgustos a los patronos y que sofocaran desde el principio toda acción de masas. Los partidarios de "Ordine Nuovo" propugnaron en la primera línea de su propaganda la transformación de las comisiones internas y el principio de que la formación de las listas de los candidatos procediera del seno de la masa obrera y no de las cimas de la burocracia sindical. Las tareas que tales partidarios asignaron a los Consejos de fábrica fueron el control sobre la producción, el armamento y la preparación militar de las masas, así como la educación política y técnica. Esos Consejos debían dejar de ser los viejos perros guardianes de los intereses de las clases dominantes, así como tenían que abstenerse de frenar a las masas en sus acciones contra el régimen capitalista.

El entusiasmo por los Consejos

La propaganda pro-Consejos de fábrica fue acogida con entusiasmo por las masas; en el curso de medio año fueron constituidos Consejos en todas las fábricas y talleres metalúrgicos, y los comunistas conquistaron la mayoría en el sindicato del metal; el principio de los Consejos de fábrica y del control sobre la producción fue aprobado y aceptado por la mayoría del congreso y por la mayor parte de los sindicatos pertenecientes a la Cámara del Trabajo.

La organización de los Consejos de fábrica se basa sobre los siguientes principios: en toda fábrica, en todo taller hay un organismo constituido sobre la basé de la representación (y no sobre la antigua base del sistema burocrático), el cual vela por la fuerza del proletariado, lucha contra el orden capitalista o ejerce el control sobre la producción, educando a toda la masa obrera para la lucha revolucionaria y por la creación del Estado obrero. El Consejo de fábrica debe estar formado de acuerdo con el principio de la organización por industria, y debe representar para la clase obrera el modelo de la sociedad comunista, a la que se llegará a través de la dictadura del proletariado.

En esta sociedad no existirán divisiones de clases, todas las relaciones sociales serán reguladas de conformidad con las exigencias técnicas de la producción y de la organización correspondiente y no estarán subordinadas a un poder estatal organizado. La clase obrera debe comprender toda la belleza y nobleza del ideal por el que lucha y se sacrifica; debe darse cuenta que para alcanzar tal ideal es necesario pasar a través de determinadas etapas; debe reconocer la necesidad de la disciplina revolucionaria y de la dictadura. Toda empresa se subdivide en secciones, cada sección en brigadas de oficio. Toda brigada ejecuta una parte determinada del trabajo, y los obreros de toda escuadra eligen a uno de ellos con mandato imperativo y condicionado. La asamblea de los delegados de toda la empresa forma un Consejo, quien elige de su seno un comité ejecutivo. La asamblea de los secretarios políticos de los comités ejecutivos forma un comité central de los Consejos, quien elige de su seno un comité local de estudio
[4] para la organización de la propaganda, la elaboración de los planes de trabajo, para la aprobación de los proyectos y de las propuestas de cada una de las empresas y asimismo de las de cada uno de los obreros, y finalmente para la dirección general de todo el movimiento.

Consejos y comisiones internas durante las huelgas

Algunas tareas de los Consejos de fábrica tienen carácter puramente técnico así como industrial, como por ejemplo, el control del personal técnico, el licenciamiento de los subordinados que se muestran enemigos de la clase obrera, la lucha con la dirección por la conquista de derechos y de libertades; el control de la producción de la empresa y de las operaciones financieras.

Los Consejos de fábrica echaron pronto raíces. Las masas acogieron voluntariamente esta forma de organización comunista, formaron en torno a los comités ejecutivos y apoyaron enérgicamente la lucha contra la autocracia capitalista. Pese a que ni los industriales, ni la burocracia sindical quisieron reconocer los Consejos ni los comités, éstos obtuvieron, con todo, notables éxitos: aplastaron a los agentes y a los espías de los capitalistas, establecieron relaciones con los empleados y con los técnicos con objeto de conseguir informaciones de índole financiera e industrial; en cuanto a los asuntos de la empresa, concentraron en sus manos el poder disciplinario y demostraron a las masas desunidas y disgregadas lo que significa la gestión directa de los obreros en la fábrica.

La actividad de los Consejos y de las comisiones internas se manifestó con el máximo de claridad durante las huelgas. Estas huelgas perdieron su carácter impulsivo, fortuito, y se convirtieron en la expresión de la actividad consciente de las masas revolucionarias. La organización técnica de los Consejos y de las comisiones internas, su capacidad de acción se perfeccionó hasta el extremo de ser posible conseguir en cinco minutos la suspensión del trabajo en 42 secciones de la Fiat. El 3 de diciembre de 1919 los Consejos de fábrica dieron una prueba fehaciente de su capacidad en la dirección de movimientos de masas en gran estilo; de acuerdo con las órdenes de la sección socialista, que concentraba en sus manos todo el mecanismo del movimiento de masa, los Consejos de fábrica movilizaron sin ninguna preparación previa, en el curso de una hora, ciento veinte mil obreros, encuadrados por empresas. Una hora después se precipitó el ejército proletario como una avalancha hasta el centro de la ciudad y limpió las calles y plazas de toda la faramalla nacionalista y militarista.
Al frente del movimiento por la constitución de los Consejos de fábrica estuvieron los comunistas pertenecientes a la sección socialista y a las organizaciones sindicales; tomaron también parte en la tarea los anarquistas, quienes intentaron oponerse con su ampulosa fraseología al lenguaje claro y preciso de los comunistas marxistas.

El movimiento se encontró, empero, con la encarnizada resistencia de los funcionarios sindicales, de la dirección del Partido Socialista y de "Avanti". La polémica de esa gente se basaba en la diferencia entre el concepto de Consejo de fábrica y el de Soviet. Sus conclusiones tenían un carácter puramente teórico, abstracto, burocrático. Detrás de sus altisonantes frases se escondía el deseo de evitar la participación directa de las masas en la lucha revolucionaria, el deseo de conservar la tutela de las organizaciones sindicales sobre las masas. Los componentes de la dirección del Partido se negaron siempre a tomar la iniciativa de una acción revolucionaria antes de que fuera trazado un plan de acción coordinada, pero sin hacer nunca nada para preparar y elaborar dicho plan.
Con todo, el movimiento turinés no consiguió salir del ámbito local, debido a que todo el mecanismo burocrático de los sindicatos fue puesto en movimiento para impedir que las masas obreras de las demás partes de Italia siguieran el ejemplo de Turín. Los aludidos elementos lanzaron una bien orquestada campaña de mofas, escarnios, calumnias y críticas omnímodas contra el movimiento turinés.
Las acerbas críticas de los organismos sindicales y de la dirección del Partido Socialista tuvieron la virtud de envalentonar nuevamente a los capitalistas, los cuales emprendieron una desenfrenada lucha contra el proletariado turinés y contra los Consejos de fábrica. La conferencia de los industriales, celebrada en marzo de 1920 en Milán, elaboró un plan de ataque; mas los "tutores de la clase obrera", las organizaciones económicas y políticas no se preocuparon en lo más mínimo de tal hecho. Abandonado de todos, el proletariado turinés se vio constreñido a afrontar solo, confiando solamente en sus propias fuerzas, al capitalismo nacional y al poder del Estado. Turín se vio invadido por un ejército de policías; en torno de la ciudad se emplazaron, en puntos estratégicos, cañones y ametralladoras. Y cuando todo este aparato militar estuvo a punto, los capitalistas empezaron a provocar al proletariado. Es verdad que frente a estas gravísimas condiciones de lucha el proletariado vaciló en aceptar el reto; pero cuando se vio que el encuentro era inevitable, la clase obrera salió valientemente de sus posiciones de reserva y quiso que la lucha fuera llevada hasta su fin victorioso.
Los metalúrgicos estuvieron en huelga durante un mes enteró, y las demás categorías diez días; todas las fábricas y talleres de la provincia estaban cerradas y las comunicaciones paralizadas. El proletariado turinés estuvo, empero, aislado del resto de Italia; los organismos de dirección central no hicieron nada por acudir en su ayuda; ni siquiera se dignaron publicar un manifiesto para explicar al pueblo italiano la importancia de la lucha emprendida por los trabajadores turineses; el "¡Avanti!" se negó a insertar el manifiesto de la sección turinesa del Partido. Los compañeros turineses se atrajeron de todos lados los epítetos de anarquistas y aventureros. En aquellos días debía celebrarse en Turín el Consejo nacional del Partido; pero tal convención fue trasladada a Milán, porque una ciudad "presa de una huelga general" parecía poco adecuada a servir de teatro a las discusiones socialistas.
En aquella ocasión se puso de manifiesto toda la impotencia de los hombres llamados a dirigir el Partido; mientras la masa turinesa defendía en Turín, valientemente, los Consejos de fábrica, primera organización basada en la democracia obrera, encarnación del poder proletario, en Milán se chachareaba en torno a proyectos y métodos teóricos para la formación de Consejos como forma del pode político a conquistar por el proletariado; se discutía acerca del modo de sistematizar las conquistas no realizadas y se abandonaba al proletariado turinés a su destino, se dejaba a la burguesía la posibilidad de destruir el poder obrero ya conquistado.

Las masas proletarias italianas manifestaron su solidaridad con los compañeros turineses de varias formas; los ferroviarios de Pisa, Liorna y Florencia se negaron a transportar las tropas destinadas a Turín, y los trabajadores del puerto y los marineros de Liorna y Génova sabotearon el movimiento en los puertos; el proletariado de muchas ciudades se lanzó a la huelga en contra de las órdenes de los sindicatos.

La huelga general de Turín y del Piamonte chocó contra el sabotaje y la resistencia de las organizaciones sindicales y del Partido mismo. Y, con todo, resultó de gran importancia educativa porque demostró que la unión práctica de los obreros y campesinos es posible, y puso de manifiesto la urgente necesidad de luchar contra todo el mecanismo burocrático de las organizaciones sindicales, que son el más sólido apoyo para la labor oportunista de los parlamentarios y de los reformistas, labor tendente a la sofocación de todo movimiento revolucionario de las masas trabajadoras.


[1] Circulan dos traducciones de esta comunicación enviada por Antonio Gramsci a la Internacional; una tomada de la Antología de Gramsci, editada por Siglo XXI Editores, México, 1970, (y reproducida en Consejos Obreros y Democracia Socialista, numero 33 de los Cuadernos de Pasado y Presente; igualmente en la versión digital que se encuentra en la pagina de Gramsci com en la siguiente url: http://www.gramsci.org.ar/ ; la otra versión , que es la que reproducimos aquí es la que se encuentra en Consejos de Fabrica y Estado de la Clase Obrera, una antología de A. Gramsci editada por Ediciones Roca S.A., también de México, en 1973 con las traducciones hechas por Guillermo Galla Nicolau.La versión que hemos colgado es distinta en algunas palabras, no contiene notas de redacción, y omite los subtítulos: La lucha contra los consejos y El consejo socialista nacional de Milán. Por lo tanto hemos procedido así: respetamos la traducción tal cual aparece con las omisiones señaladas, para quienes quieran hacer una comparación o aquellos que deseen realizar su propia versión, pero añadimos las notas de redacción que aparecen en la edición de Siglo XXI Editores, para que nuestros lectores tengan aquellas referencias sin necesidad de remitirse a otra página.

[2] En los meses de febrero y marzo se había producido en Turín un conflicto entre obreros y patronos por cuestiones de horario. Los obreros ocuparon algunas fábricas, de las que fueron desalojados por la policía. Con un arranque de significación tan reducida corno es una cuestión de horario (hora solar u hora oficial), la cuestión que en realidad iba a abrirse era la del poder obrero en la fábrica. Los industriales italianos, que a principios de marzo se habían coligado en la Confindustria (hoy subsistente con ese mismo nombre), decidieron provocar un choque que llevara a la disolución de los consejos de fábrica. El 28 de marzo cerraron las fábricas, contando con una fuerza de 50.000 soldados. El 3 de abril se declaró la huelga general, que llegó a ser cumplida por 500.000 trabajadores piamonteses de Turín y provincia, pero no se generalizó por toda Italia. El grupo de L.0.N., inspirador de la doctrina --y parcialmente director de la práctica-- de los consejos obreros, discutió con la dirección del P.S.I., reunida en el Consejo Nacional de Milán por aquellos días, la situación creada. La dirección del P.S.I., no deseosa de cargar con responsabilidades, se inhibió, dejando en manos de la sección turinesa la responsabilidad del ulterior desarrollo. Togliatti y Terracini, que eran los delegados turineses, tras fracasar en el intento de mover todo el partido, tuvieron que reconocer que Turín sola no podía continuar la lucha. Esta terminó el 24 de abril con un acuerdo, bajo los auspicios del Gobierno, que reconocía a las comisiones obreras autonomía en su constitución (por comisarios de sección, según el programa de L.0.N.), pero que sancionaba de todos modos con una derrota la cuestión del poder en la fábrica.
[3] La Revolución de febrero
[4] Ese comité de estudio, presidido por Palmiro Togliatti, fue uno de los canales de influencia del grupo de L.0.N. en el movimiento de los consejos de fábrica. El comité fue uno de los firmantes del manifiesto Por el Congreso de los consejos de fábrica, publicado por L.0.N. durante las huelgas de abril.