Cesar Vallejo
AMOR CLASISTA y AMOR REVOLUCIONARIO
Ya en casa del besbósniki, subimos a un segundo piso y, tras de recorrer varios pasadizos, —pues ésta es una construcción nueva y vasta— el obrero abre la puerta número 16 que estaba sin llave y enciende la luz. Su compañera está en el hall del piso, en una reunión del Soviet de la Casa, destinada a tratar del estado actual de los trabajos finales de su edificación.
—Aquí tenéis mi departamento, —nos dice el ateo— Aquí vivo con mi compañera, desde hace cinco meses.
—¿Sois casados?
—No. Pero, como si lo fuéramos. Mi compañera era, hace cinco meses, komsomolka y yo, komsomolko. Nos conocimos. Nos amamos. Pedimos un departamento para una pareja y vinimos a instalarnos aquí.
Esta es la historia de la mayor parte de la juventud soviética y, en particular, de la juventud comunista. Dentro de las actividades de ésta, los jóvenes de uno y otro sexo, viven en estrecha comunicación en cada centro industrial o población. El cumplimiento riguroso y entusiasta de sus deberes comunistas no es incompatible —tratándose de un komsomolk y de una komsomolka—, con el amor. La incompatibilidad existe solamente si uno de los dos es comunista y el otro no lo es. La diferencia de temperamento social se erige en barrera para el amor, más que la diferencia de raza, de idioma y de medio telúrico. No hay frontera mayor entre dos corazones, como la clase social. La comunidad de temperamento político, es terreno ahorrado para el amor en Rusia. La mayoría de komsomolks y komsomolkas se casan entre sí, e idéntica cosa sucede entre bolcheviques de mayor edad. Es raro encontrar una pareja, en la que el hombre piense políticamente de un modo y la mujer, de otro, opuesto o siquiera sólo sea diferente. Por su lado, los reaccionarios, francos o encubiertos de la revolución, hacen lo propio entre ellos. Sólo que, tanto la prole de aquéllos, como la de estos últimos crecen y se educan, desde luego, en la cultura comunista envolvente y acaban, todos, siendo bolcheviques.
Antes que venga la compañera del besbósniki, me atrevo a preguntarle a éste:
—Me parece usted muy joven. ¿Cuántos años tiene usted?
—Diez y ocho.
— ¿Los jóvenes de su edad pueden ser ya maridos, según la ley soviética?
—Los jóvenes y las niñas, a partir de los diez y siete años. Casi todos formamos familia a esta edad más o menos. Parece que está probado científicamente que el hombre y la mujer deben realizar la totalidad de sus funciones biológicas, a partir de los diez y siete o diez y ocho años, salvo casos excepcionales. La ley que postergase tal edad, no hace sino introducir en el organismo un desorden gravísimo y de fuertes consecuencias.
—Permítame otra pregunta: ¿Ama usted, realmente, a su compañera?
El ateo responde sonriendo, pero con una gran convicción:
—Naturalmente. Si no la amase, no me habría unido a ella.
—Porque, como andáis, vosotros, los comunistas, tan absorbidos por la política y la vida colectiva, me temo que no os quede tiempo ni espíritu para otras cosas, y menos todavía, para el amor.
—Eso depende de cómo siente cada cual el amor. Para nosotros —para mi compañera y para mí—, el amor nos ha resuelto muchos problemas y facilita, por consiguiente, nuestras actividades al servicio del Soviet y de la revolución. El amor, en este caso, es un medio para un fin social universal. Lejos de quitarnos el tiempo y devorar nuestras energías, simplifica nuestro mecanismo vital y allana las formas de nuestra acción social. Yo no sé cómo sientan los otros el amor.
—Excúseme estas preguntas. Pero se las formulo,, primeramente, porque a eso he venido a Rusia: a conocer las costumbres reinantes y, luego, porque usted, en su doble condición de ex miembro de la Juventud Comunista y militante de la Liga Atea, es el hombre autorizado para decirme la verdad sobre estas cuestiones. Así, pues, le voy a preguntar otra cosa. ¿Qué siente usted por su compañera? ¿Cómo sabe usted que la ama? ¿De qué modo le simplifica la vida este amor y le fcilita sus actividades al servicio de la causa revolucionaria? ¿Qué diferencia encuentra usted entre su vida anterior a este amor y su vida posterior? ¿Por qué cree usted que el amor es un medio para un fin social universal? Cuénteme sinceramente la historia de su amor.
Llega en este instante la compañera del besbósniki. Trato entonces de desviar la conversación, por no rozar el pudor de la pareja en el tema de tanta intimidad. Pero el obrero sigue tratándolo con la llaneza de antes de que viniese su mujer. Su sentimiento de pudor masculino no es mayor ni menor referido a ella, que referido únicamente a nosotros. En Rusia, el hombre tiene tanto pudor como la mujer y, juntos o separados, ese pudor es invariable. El ateo nos dice:
—Yo sé que amo a mi compañera, porque es compartiéndola con ella, como la vida se me presenta más social y más revolucionaria. Muy pronto será madre. El amor supone una sociedad espacial y de duración, con todos los errores, vicios e injusticias que la idea de sociedad tiene hasta ahora. Existe, pues, entre ella y yo, un mundo, creado por nosotros o a través de nosotros, lacrado de defectos y crímenes, que ha de ser vivido y que hay que corregir y transformar. Ni ella ni yo concebimos ni sentimos el beso como un acto de egoísmo exacerbado o como un trance bestial de los instintos. Sin duda, mi compañera es mujer y yo soy un hombre. Pero, precisamente, como mujer que es ella y como hombre que yo soy, nos amamos en un terreno racional y humano y, de ninguna manera, más allá ni más acá, en la decadencia ni en la animalidad.
"Junto a mi compañera siento, por eso, que mis instintos se realizan racionalmente y en el cuadro de mis deberes sociales revolucionarios. Nuestro acuerdo es perfecto sobre cuales son y deben ser los placeres, las luchas y el sentido de nuestros actos cotidianos. Este acuerdo, perfecto e íntimo, yo lo considero como una forma concentrada de la solidaridad y armonía clasistas del proletariado. La pareja revolucionaria es una imagen, en pequeño pero al estado denso, de la unión de los obreros en general. Ella completa, por otro lado, la organización de la sociedad revolucionaria. Es uno de los puestos avanzados de ésta, porque ella cierra, por su base íntima —espiritual y fisiológica—, la esfera de las ideas, intereses e impulsos sociales revolucionarios. El obrero y la obrera redondean su vida individual y colectiva, desenvolviéndola entre el taller, donde obra la multitud, y la casa, donde obra la pareja. En otros términos, la casa es una dependencia del taller o, si se quiere, una y otro constituyen un verdadero juego de vasos comunicantes. El contenido social es en ambos idéntico, de romperse o faltar uno de ellos, la abertura provocaría automáticamente el derrame del contenido".
—Pero en otros momentos —le observo al besbósniki—, he observado y se me ha dado a entender que el hogar ruso ha sido desplazado por la revolución económica, al taller. Según usted, existe la casa, en la acepción que los burgueses damos a esta palabra, como vivienda familiar.
—En realidad, la palabra casa carece para vosotros de ese significado. Cuando decimos casa, nombramos un lugar de paso, casi como el hotel de los burgueses, donde se pasa unos pocos momentos cada día. El centro de toda vida y actividad lo constituye el taller, del cual, como acabo de deciros, la casa no es más que una dependencia, como el comedor de la fábrica, como la dirección o la sala sindical o la célula de Lenin o la biblioteca, etc. El espíritu, los intereses y hasta la mecánica social de la casa, no son sino una simple prolongación de los del taller. La familia gira en torno del trabajo. Y esto explica, por cierto, cómo el amor simplifica y allana, repito, nuestras actividades al servicio de la causa revolucionaria. ¿De qué manera? Con la correlación social reciproca entre la casa, —simple dependencia de la fábrica—, y ésta —simple prolongación de aquélla. La una no incomoda ni se opone a la otra, sino que se completan, como ya he dicho, y se ayudan en su común misión revolucionaria y socialista. Cuando falta el amor así concebido, es como si el círculo social clasista del trabajador, estuviese al descubierto por uno de sus lados más importantes. Lo propio sucede, cuando el comunista hace pareja con una mujer expresa o tácitamente reaccionaria. En este último caso, la casa se convierte en un punto negativo o contrario al contenido social del taller.
"El amor, pues, existe en Rusia. Un amor clasista, como lo ha sido el amor hasta hoy. En la sociedad capitalista, el patrón no forma nunca familia con su sirvienta, salvo casos muy contados, que la "buena sociedad" tiene siempre como extravagantes, absurdos y condenables. En Rusia, cuyo Estado es aún clasista, el amor no hace sino reflejar la estructura social y económica vigente. Sólo el día en que impere el socialismo integral, será el amor también socialista, es decir, universal, sin clases. . .
Rusia ante el segundo plan quinquenal
Primera edición 1975
Editorial Grafica Labor
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