
Lo curioso –o no tanto– es que el estudio fue realizado en 1986. Hace 25 años. En el intertanto volvió la democracia y tuvimos cuatro (cinco con el actual) gobiernos que siguieron utilizándolas, haciendo caso omiso de estos antecedentes.
Tchernitchin afirmó que su interés por este tipo de sustancias tóxicas comenzó durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, cuando en los alrededores de la Facultad de Medicina la policía lanzaba bombas lacrimógenas.
“Pedimos a los alumnos que donaran sangre para estudiar algunos parámetros hormonales, como el número de leucocitos eosinófilos y, curiosamente, esos leucocitos estaban desgranulándose con mucha velocidad, lo cual podía significar alteraciones de diverso tipo”, sostuvo el facultativo.

La dura represión durante las manifestaciones en contra del proyecto energético Hidroaysén puso en tela de juicio nuevamente el tipo de bombas lacrimógenas que utilizan las Fuerzas Especiales de Carabineros para dispersar a los manifestantes, las cuales están prohibidas en la mayoría de países del mundo.

Según estudios acerca del emplazamiento de las centrales, así como de los recorridos necesarios para transportar los materiales necesarios para su construcción, el proyecto afectará a 6 parques nacionales, 11 reservas nacionales, 26 sitios prioritarios de conservación, 16 humedales y 32 áreas protegidas privadas. Además, se verían intervenidas 6 comunidades mapuche, cuatro de las comunas de Toltén, una de Lautaro y otra de Victoria.
Parte de la muralla de la central Baker 2 pasaría por el Parque Nacional Laguna San Rafael, causando daños ambientales irreversibles.
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