Por Javier Diez Canseco
García dio su último mensaje a la Nación haciendo gala de sus dotes de transformista. En julio del 2009 denunció y exigió investigar las delictivas irregularidades que dieron lugar a la renegociación del contrato del gas de Camisea –con Toledo, PPK y Quijandría–para favorecer su exportación en detrimento del mercado interno. Un año después funge de abogado defensor de la exportación del gas de Camisea, enfrentándose a una opinión pública contraria y a los movimientos sociales del Sur. Miente sin vergüenza sosteniendo que, gracias a la exportación, han venido capitales al Perú a explorar y explotar el gas, invirtiendo más de US$ 2,300 millones en el gasoducto y la planta de fraccionamiento de Melchorita.
Pero García sabe bien que Camisea lo descubrió Shell y lo devolvió a 0 soles de costo al Perú. Sabe que el lote 88, reservado totalmente para consumo interno, el poliducto, el gasoducto a la costa y la planta de separación de Las Malvinas en Cusco, ya existían el 2004, año en el que recién se licita el lote 56, buscando abrir paso a la exportación. Sólo la planta de Melchorita viene después del giro exportador.
Las inversiones mencionadas no eran para exportación. Apuntaban a satisfacer las necesidades del mercado interno con un horizonte permanente de 20 años. Por ello, todos los consumidores de electricidad de Lima pagamos una cuota en nuestros recibos para la construcción del gasoducto. ¿Acaso fue para exportar el gas a nuestro costo? No. Es una vergüenza que el 2010 apenas 30,000 familias de Lima, ciudad de 8 millones de personas, tenga gas natural en su domicilio, que una minoría del transporte nacional funcione a gas, que a empresas nacionales que demandan gas no se les venda, y que la macrorregión Sur, donde se origina el gas, no tenga un ducto que la provea de gas ni planes de redes urbanas para que las poblaciones accedan a este recurso y abaraten su consumo de energía. Si algo debiéramos exportar son productos elaborados con el uso del gas y los líquidos de Camisea, como urea, plásticos, nitrato de amonio, ha dicho bien el Ing. Herrera Descalzi.
Más aún, Camisea ya obtuvo más de 6,176 millones de dólares de utilidades en apenas 6 años de explotación, lo que revela su rentabilidad sin exportación. Miente García, una vez más. Busca justificar el negocio de la exportación de una fuente de energía barata que necesita el Perú para beneficiar a un padrino conseguido en el camino con el típico estilo del “mermelero”: levantar un tema y luego negociar sacarlo de la agenda y los titulares a cambio de una tajada.
Le ofrece al país una burla: renegociar que las regalías que paguen al exportar no sean menores que el promedio de regalías que pagan los consumidores peruanos, lo que ha ocurrido ya y es el colmo. Pero ni siquiera es que paguen las regalías más altas que pagan los consumidores peruanos, en este caso los industriales que usan el gas y pagan US$ 2.50 por millón de BTU y US$ 0.93 en regalías, sino establecerles a los exportadores un límite mínimo de 0.59 centavos de dólar por millón de BTU exportado. Es decir, sigue por debajo de los industriales. Ni siquiera se renegociaría que el precio de exportación no sea inferior al que se vende en el Perú. Menos aún reservar el gas barato de los lotes 88 y 56 para consumo nacional. ¡Una farsa! Y encima, deja fuera del gasoducto del sur a Tacna, mientras avanzan a promover la exportación del gas a Chile y el cono sur afectando al país.
Así como en el caso Camisea, el transformista nos ha llenado de cifras y logros que, en muchos casos, solo están en el papel, mientras se ha olvidado de la educación, de los salarios y sueldos de los peruanos, de las comunidades campesinas, el agro y los pueblos indígenas, de la vinculación de su gobierno con la corrupción, de un país indignado con la injusticia y el abuso de poder. El mitómano cree que así, con sus amigos del gran capital, se abrirá paso al 2016.
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