martes, 3 de mayo de 2011

Se fue Ernesto Sábato

Por: Julio Yovera Ballona






Abril se despedía ya, pero antes de que volteara la esquina, siguiendo la tradición de que los hombres de letras se van en Abril, Ernesto Sábato, el gran Ernesto, se subió lento, sin pesar alguno, en el tren que no tiene retorno. Y se fue.

Con él no solo la literatura y la ética argentina, sino también la literatura y la ética latinoamericana y mundial pierden a uno de sus mejores representantes.

Como él mismo señaló, no fue un escritor prolijo. Ni abundante ni permisivo. Ni cantidad voluminosa ni ligereza y mediocridad. Su lenguaje literario, desde la perspectiva formal es preciso, conciso, matemático casi. Como que su condición de científico puro, camino que dejó por el arte, y que enojó tanto a sus amigos de la comunidad académica de físicos y matemáticos de su país, lo llevó a aplicar en sus tramas creadoras fórmulas donde ninguna palabra quedaba fuera de sus ecuaciones literarias. Le bastó escribir su "El Túnel" (1948), "Sobre héroes y tumbas" (1961) y "Abbadón el exterminador" (1974), para dejar más que afirmada su condición de escritor brillante y comprometido con la verdad de la ficción.

Porque era fiel a sí mismo, que en él era una manera de consecuencia absoluta con la humanidad, se puso al frente de la Comisión Nacional de las Personas Desaparecidas, que tuvo como misión investigar los crímenes que habían cometido los militares de su país dirigidos por Jorge Rafael Videla, un asesino de cartel mayor como Augusto Pincohet y Kenya Alberto Fujimori.

Gracias a su acuciosidad y coraje amenazados y chantajeados por las hienas con guadaña y “las ratas con alas” la verdad sin parálisis salió a flote y bajo las consignas:“ni olvido ni perdón” y “nunca más”, los perversos fueron sancionados.

Este trabajo titánico lo dejó extenuado. Él mismo lo dice:

“El horror que día a día íbamos descubriendo, dejó a todos los que integramos la CONADEP, la oscura sensación de que ninguno de nosotros volvería a ser el mismo, como suele ocurrir cuando se desciende a los infiernos. Siempre recordaré la entereza ética y espiritual de las personalidades de la ciencia, la filosofía, varias religiones y el periodismo, que integraron la Comisión.

El informe era transcripto por dactilógrafos que debían ser reemplazados cuando, entre llantos, nos decían que les era imposible continuar su labor. En más de cincuenta mil páginas quedaron registradas las desapariciones, torturas y secuestros de miles de seres humanos, a menudo jóvenes idealistas, cuyo suplicio permanecerá para siempre en el lugar más desgarrado de nuestro corazón”

Sábato fue un rebelde no solo contra el sistema sino también contra el dogma. Como un Quijote sin Sancho, emprendió batalla tras batalla. Cuando joven se hizo militante del Partido Comunista y porque cuestionó las verdades oficiales con un pensamiento crítico esencialmente dialéctico, se puso, él mismo, fuera de la organización. Así como su opción por el arte le trajo problemas con sus colegas científicos, su alejamiento de la estructura partidista le merecieron críticas, las más, injustas e ideologizadas, de sus camaradas.

En su libro Antes del fin, que son sus Memorias, se mostró como un hombre que se llenó de vida. Sus convicciones sobre la libertad y la justicia son en él principios irrenunciables y emblemas esenciales. No solo fue un duro crítico del militarismo asesino, también alzó su voz contra la perversidad del modelo neoliberal, que tiene dos rostros: uno luce feliz de abundancia y riqueza, se concentra en unos cuantos miles; el otro, sufrido y sufriente refleja el hambre de los millones de excluidos.

Sábato detuvo su mirada de patriarca sobre el planeta agredido por la avalancha tóxica de la “civilización”. “La gravedad de la crisis –dijo- nos afecta social y económicamente. Y es mucho más: los cielos y la tierra se han enfermado. La naturaleza, ese arquetipo de toda belleza, se transformó”. Y encontró a los responsables en los mismos que saquean los recursos naturales y depredan los bosques, y los mismos que imponen “democráticamente” a los gobernantes.

Se fue el maestro, a reunirse con su mujer, la Matilde amada, se fue para encontrarse con Jorge Federico, el hijo hermano de sus diálogos. Nos queda su obra y su ejemplo. Y los que hemos nacido en esta tierra, peruanos del Perú, nos sentimos orgullosos que en sus Memorias, refiera con unción a nuestro César Vallejo. En una parte de Antes del fin, nos dice:

“Embriagado de dolor, entre las ruinas de mi mente, resuenan lejanos unos versos de Vallejo:
Hay golpes en la vida tan fuertes
Golpes como del odio de Dios”.

Le toca descansar al maestro. Lo llora Argentina, su natal pueblo bonaerense de Rojas, donde nació un 24 de Junio de 1911; lo llora América Latina. Desde hoy lo extrañará la humanidad toda. Despidámoslo, Que se vaya como él quiso: dignamente.

Recordémoslo siempre, no porque no tuvo un Nobel y muchos premios, sino por lo que representa en creación, ética y solidaridad. Que se ponga en su epitafio lo que él escribió para sí mismo:




“Ernesto Sábato:
Quiso ser enterrado en esta tierra
Con una sola palabra en su tumba
PAZ”.

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