Está aún fresca la tinta usada para dar fundamento teórico a lo que en su momento se llamó “nueva izquierda”, cuyos portavoces declaraban su insurgencia para subvertir a la izquierda “dogmática”, estalinista”, “sectaria”, etc., supuesta causante de todos los males, de todas las frustraciones de la revolución en el Perú. Pese a su grandilocuencia, quizás por eso mismo, no pasó de ser estrella fugaz con pretensiones de relámpago que no logró sobrevivir a sus propias ilusiones.
Ahora, en otras circunstancias, con el entusiasmo de quien ha descubierto la pólvora insurge la llamada “izquierda nacional” como corriente renovadora y sustitutoria nada menos que del también “osificado”, “dogmatismo” y “stalinista” marxismo oficial. Si aquella “nueva izquierda” arrastraba tufillos velasquistas, esta otra izquierda,” mas sofisticada y teorizante se arrima demagógicamente bajo las frondas de la herencia mariateguista.
La “forja de una izquierda nacional —dicen los redactores de Amauta” simple y sencillamente significa liberarse de las ataduras de la dependencia de los centros externos... como única manera de limpiar el camino para el desarrollo de una izquierda con reales posibilidades de poder”. Carlos Urrutia, por su parte, concluye qué la “izquierda nacional... sólo puede ser socialista y proletaria”.
Es decir, la “izquierda nacional” vendría a ser algo así como una izquierda marxista autóctona, típico producto nacional... Eso es el “cholocomunista” tan del gusto del Ingeniero Malpica.
¿QUE SE DISCUTE?
Aparentemente el problema en debate entre los ideólogos del “cholocomunismo” y lo que ellos califican de marxismo “dogmático” y “stalinista”, tiene implicancias sólo secundarias. Que, en todo caso, el problema se reduce a que unos (los cholo-comunistas) parten de una posición autónoma, independiente, nacional, para enjuiciar los problemas de la revolución peruana, en tanto que los otros (los “dogmáticos” y “stalinistas”) se hallan sujetos a ataduras dependientes respecto de centros de poder extranjeros y que, en lugar de pensar con la cabeza propia lo hacen con cabeza prestada.
Viendo bien las cosas el problema es mucho más complejo y tiene que ver cuestiones cardinales de la revolución peruana En realidad son dos maneras diametralmente opuestas de entenderla. El supuesto carácter nacional de unos y el carácter dependiente de otros no pasa de ser pretexto bajo cuya cobertura se encubren diferencias ideológicas, teóricas y políticas que no pueden menos que llevar a conclusiones divergentes, incluso opuestas, respecto de los diversos problemas, básicos de la revolución peruana y respecto del marxismo-leninismo.
No es casual, por ejemplo, que algún os voceros de la llamada “izquierda nacional” hayan comenzado a cuestionar la dictadura del proletariado o que reclamen la “subversión de los partidos revolucionarios siguiendo las huellas del viejo anarquismo. Tampoco es circunstancial la forma cómo idealizan la democracia quitándole su sello clasista y su carácter históricamente determinado. No en vano se trata de sustituir el carácter internacional de la ideología del proletariado con el nacionalismo pequeño burgués, al mismo tiempo que se arrecian los ataques contra la Internacional Comunista fundada por Lenin, exagerando hasta el extremo ciertos errores reales. Finalmente, tampoco es producto de la casualidad que se levante la figura del Amauta J.C. Mariátegui mellando su sello revolucionario proletario, internacionalista; integrador genuino del marxismo-leninismo o las condiciones concretas de a revolución peruana.
UNA IZQUIERDA -NACIONAL AMBIGUA
No cabe duda que los promotores de la llamada “izquierda nacional” buscan proyectarse como alternativa viable de dirección revolucionaria. Pues no hay otra manera de “limpiar el camino” para el desarrollo de una izquierda con reales posibilidades dé poder”. Si la izquierda “dogmática”, “stalinista”, ha dejado de ser una alternativa de dirección revolucionaria y se ha convertido más bien en un obstáculo para su desarrollo, en tanto y en cuanto negación de la herencia mariateguista, por tanto, del carácter nacional de la revolución peruana, si, en consecuencia, el factor básico del estancamiento y de las derrotas de la revolución radica en la crisis de dirección existente; entonces, no cabe duda, el problema decisivo se traslada a la solución de esta crisis de dirección, por lo tanto a la sustitución de las direcciones que han fracasado por otra nueva. Esta nueva dirección superadora de la precedente, capaz de sacar la revolución del atolladero en que se encuentra, no puede ser otra que la, “izquierda nacional”
La autoproclamada “izquierda nacional” deviene así un intento de dar respuesta integral a la crisis de dirección existente y de proponer un proyecto global para la realización del socialismo en el Perú. Si esto no está dicho nítidamente todo autoriza a pensar qué avanzan en esa dirección. Y sin embargo siguen un camino ambiguo, sinuoso, como es el mismo rótulo “izquierda nacional”.
Bajo ese membrete pueden caber diversos tipos de organización, pasando de la izquierda marxista-leninista a la izquierda democrática en boga hoy. ¿Que es, en efecto, desde el punto de vista de clase y de la composición de clase de sus integrantes, tal “izquierda nacional”? El proletariado no necesita revestirse de “izquierda nacional” para adquirir su propia organización política y afirmar su independencia; No fue Mariátegui quien preconizó la conformación de una “izquierda nacional” porque siempre lo creyó una ilusión pequeño burguesa Su polémica con Haya de la Torre tuvo en esta cuestión uno de los puntos decisivos. Mariátegui abogó por un partido de clase; Haya de la Torre por un partido pluriclasista, es decir por una versión más clara, definida y menos vergonzante que la “izquierda nacional” que hoy se ofrece al proletariado como adquisición novísima y original.
No es que Mariátegui evitara la unidad más amplia de las fuerzas democráticas y revolucionarias susceptibles de ser organizadas. O que se opusiera a ella. Sino qué diferenciaba con claridad el partido de clase y el frente único, por tanto defendía ardorosamente la independencia política e ideológica del proletariado como clase de vanguardia.
La “izquierda- nacional” de nuestros días, no importa que vaya membretada de “marxista-leninista”, no deja de ser uña ilusión pequeño burguesa, respecto de la cual podemos decir, parafraseando a Mariátegui, qué hasta el momento no pasa de ser un plan, un proyecto, algunas tendencias individuales, pero que no ha condensando en. una doctrina, ni en una organización, menos aún en un partido.
EL DEBATE ESTA ABIERTO
Con todo sería políticamente erróneo e ideológicamente perjudicial, no tomar en cuenta las cuestiones planteadas al debate. Y si bien los ideólogos de la llamada “izquierda nacional” no han culminado aun la elaboración de sus tesis centrales tanto en lo teórico como en lo programático, ello no debe ser obstáculo para poner al desnudo sus contrabandos seudo-marxistas. Repitiendo una vez más a Mariátegui, desde el momento en que existe como tendencia confusionista .y demagógica, y por lo mismo ambigua, es preciso esclarecer la posición proletaria” aun a riesgo de ser víctima de sus iras “anti-dogmáticas”.
Es clásica la afirmación de Carlos Marx en el Manifiesto Comunista de que “por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional”. Y que, en consecuencia, “es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía.
De este modo defendía con extraordinaria precisión el carácter internacional efe la ideología del proletariado como expresión concentrada de una clase social que no tiene fronteras nacionales, precisando al mismo tiempo el carácter particular, si se •„ quiere nacional de las revoluciones, “acabar con la burguesía de cada país” como tarea prioritaria del proletariado, no anula ni reniega del internacionalismo proletario ni menoscaba la vigencia universal del marxismo-leninismo.
Lo internacional y lo nacional en las revoluciones dirigidas por el proletariado son una unidad dialéctica indisoluble. Esta relación dialéctica de contenido y forma nunca le han entendido los ideólogos de la pequeña burguesía Sea en su vertiente trotskista que exclusiviza el carácter internacional sea en su vertiente nacionalista burguesa que sobrevalora lo particular y las formas nacionales de la revolución a costa de renunciar u oponerse a las leyes generales de la revolución proletaria que se antoja “dogmática”.
Pero esa unidad contradictoria no equivale a reconocer que lo internacional y nacional tengan un peso y significado similares. Las luchas revolucionarias del proletariado y de los pueblos atraviesan diversas fases y tienen rasgos o leyes particulares y formas específicas que le son propios.
Sin embargo ninguna de ellas escapa a las leyes generales del desarrollo de la historia universal. De donde se desprende la obligatoriedad para los comunistas de integrar la verdad universal del marxismo-leninismo a la práctica concreta de la revolución en cada país. Sin esta unidad de teoría y práctica ninguna revolución puede producirse.
Los errores de Dogmatismo habidos en la historia del Partido reflejaron precisamente la disociación de teoría y práctica, la traslación mecánica de la experiencia internacional del proletariado y la incapacidad para entender las condiciones peculiares de la revolución peruana. El mérito fundamental de Mariátegui reside, justamente en que partiendo de las premisas teóricas marxista-leninistas ausculto la realidad del país y dio respuesta a los problemas planteada por ella. Esa tradición creadora es la que hay que rescatar en toda-su pureza. Ella continúa siendo una tarea irresuelta y, al mismo tiempo, un reto sin cuya solución la revolución no se realizará pese a la madurez de las condiciones objetivas ni el partido del proletariado podrá plasmarse como un auténtico partido marxista-leninista de masas.
NACIONALISMO EN LUGAR DE INTERNACIONALISMO
Ahora bien; ¿Qué plantean a este respecto los ideólogos de la “izquierda nacional”? La aceptación formal, si se quiere lírica del b carácter internacional de la clase obrera y de la base clasista de su ideología, y su sustitución real por una variedad nacionalista pequeño burguesa, chovinista, que lleva directamente a oponer la forma nacional al contenido internacional de la revolución proletaria y a sostener una alternativa pluriclasista en lugar de la hegemonía de la clase obrera en la revolución.
Uno de los argumentos a que recurren es la necesaria independencia política que deben tener los partidos revolucionarios dé todo centro de poder extranjero. Por lo que al Partido Comunista del Perú respecta siempre hemos sostenido la necesidad y la obligatoriedad de tal independencia de la autonomía de cada partido para definir su línea de acción. Esto es un pre-requisito básico. Sin embargo, la necesaria independencia de los partidos marxista-leninistas nada tiene que ver con la pretendida autonomía de la “izquierda nacional”. Aquella es una política independiente dentro de un objetivo y una base ideológica comunes a los partidos marxista-leninistas, ésta un modo vergonzante de proponer la autonomía que necesita el pequeño burgués para socavar la hegemonía de la clase obrera en la revolución y afirmar la suya.
A los partidos comunistas les basta definir partidos clasistas del proletariado, porque son eso en efecto. No necesitan recubrirse como el membrete “izquierda” o ''nacional” para afirmar su carácter revolucionario y su particularidad nacional en el sentido de que recogen lo avanzado y revolucionario de las tradiciones históricas del pueblo peruano y expresan sus aspiraciones profundas y su porvenir.
La “izquierda nacional” necesita recurrir a la ambigüedad, a la utilización oportunista del sentimiento nacionalista de las masas y a los prejuicios chovinistas, para justificarse y para querer, afirmarse como una alternativa sustitutoria de la clase obrera y su base teórica, el marxismo-leninismo.
El concepto “izquierda nacional” es demasiado genérico para .expresar nada concreto ni definido. Una “izquierda nacional” no pasa de ser un rótulo en cuyo trasfondo caben todas las disquisiciones y todos los símbolos. En países con las peculiaridades del Perú tienen allí cabida todos aquellos que afirman una declarada posición democrática y antiimperialista y los que se proclaman socialistas. Es decir sectores sociales disímiles que van desde el proletariado revolucionario hasta sectores democráticos de la burguesía media.
Que al rotulo de “izquierda nacional” se le adicione la palabra “revolucionario” no modifica en nada la cosa. A lo sumo define el carácter revolucionario de esa “izquierda nacional” en lugar de su ambigüedad. Aquí también se olvida que los conceptos “izquierda”, “revolucionario” o incluso izquierda nacional” son términos políticos concretos que definen rasgos específicos de comportamiento respecto de la derecha, el reformismo, o de subordinación externa. Pero de ninguna manera sintetiza ni expresa a cabalidad una alternativa ideológica y política proletaria.
La afirmación mariateguista de la revolución en el Perú no será calco ni copia sino creación heroica del pueblo peruano ratifica los postulados básicos del marxismo-leninismo y desmiente la argumentación de los impulsores de la “izquierda nacional”. La fundación de la CGTP y más tarde del Partido del proletariado por el Amauta testifican un hecho concreto de enorme importancia que sólo la clase obrera erigiéndose en la fuerza dirigente está en capacidad de resolver no sólo las tareas de la revolución social, sino también las tareas democráticas y nacionales pendientes que la burguesía ya no está en condiciones de hegemonizarla. No impulsó la organización de una “izquierda Nacional” como si lo hizo Haya de la Torre, en su lugar propagandizó, organizó y creó el partido de la clase obrera peruana sin perder por ello, su espíritu creador ni renunciar al carácter profundamente nacional de la revolución peruana que él definió magistralmente.
Ser marxista-leninista es ser también revolucionario adentrado en la esencia nacional, sin que ello signifique perderse en los vericuetos del chovinismo nacional. Somos mariateguistas porque somos marxista-leninistas y porque entendemos la revolución peruana en su peculiaridad histórica férreamente entrelazada a la revolución proletaria.
Es un aserto indiscutible el reconocimiento de que las condiciones objetivas que hacen necesaria la revolución en el Perú, están maduras. La revolución antiimperialista, democrática y popular ha devenido “una necesidad práctica, concrete, una exigencia que espera solución. A esa realidad no corresponde sin embargo el desarrollo y la maduración del factor subjetivo, consciente, organizado de la revolución, no obstante los avances logrados a lo largo de estas dos décadas últimas.
Esta contradicción sigue siendo una de las cuestiones fundamentales a resolver, que explícita-hasta cierto punto los reveses sufridos o la incapacidad para explotar debidamente el conjunto de las contradicciones sociales que día a día se tornan más explosivos, aproximando las condiciones de una situación revolucionaria.
Esto es un hecho. Un hecho objetivo que está en la base de la dispersión de las fuerzas revolucionarias y. de las dificultades para articular una respuesta unitaria frente a la ofensiva de la dictadura y la derecha contra el pueblo.
La subsistencia de problemas o errores reales tampoco puede llevarnos a renegar de la experiencia acumulada, o peor aun so pretexto de la “originalidad nacional” renunciar a los principios básicos; del marxismo-leninismo. No hay que olvidar que el viejo revisionismo insurgió en nombre de la lucha contra los “dogmas” marxistas y en nombre de los “nuevos datos sobre el desarrollo económico”. El revisionismo contemporáneo, jruschovista, repite los procedimientos so capa de la “actualización” del marxismo-leninismo, a cuya sombra ataca en realidad lo esencial de la doctrina de Marx y Lenin, sobre todo su teoría y táctica acerca de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado.
Desde el momento de su surgimiento como corriente oportunista el revisionismo criollo se ha deslizado por la pendiente reformista de adaptación a la ideología burguesa. Al parecer, si nos atenemos a las declaraciones públicas dé algunos de sus representantes ideológicos, la llamada “izquierda nacional” ha comenzado a rodar por la misma pendiente.
RECUSANDO EL LENINISMO
Sintetizando tesis básicas que el nacionalismo pequeño-burgués opone a los “dogmas” marxista-leninistas, Sinesio López escribe en Amauta 249 una virtual requisitoria contra la “concepción del internacionalismo proletario” que encarnó la III Internacional fundada por Lenin, y contra la “concepción del partido leninista” anterior a 1905 de supuesto origen kautskiano.
Por razones obvias aquí nos interesa el último punto.
En efecto. Lo que aquí se comienza a cuestionar no es el comportamiento de los partidos políticos que tuvieron que ver con ARI, sino un determinado tipo de concepción de partido. Y no cualquier tipo de concepción de partido, sino la concepción leninista, aquella que está resumida en textos clásicos como “¿Qué Hacer?” o “Un paso adelante, dos pasos atrás”, que sentaron las bases ideológicas y organizativas del Partido del proletariado.
Sinesio López llega a afirmar que la “concepción de partido que la división de ARI ha puesto en cuestión (?) es la concepción del partido káutskiana y leninista de la primera hora y no la concepción formulada por el mismo Lenin luego de las experiencias de 1905 y de 1917”. Una “izquierda nacional” supuestamente marxista-leninista que se erigiera sobre esta base, que fundara sus lineamientos ideológicos y organizativos en la repulsa de lo substancial del leninismo en lo que concierne ala construcción del partido, identificando a Lenin nada menos que con el Kautskismo sería cualquier cosa menos una izquierda nacional con base marxista-leninista.
Satanizar las tesis leninistas sobre partido anteriores a la revolución de 1905, o peor aún contraponerlas artificialmente con el Lenin posterior a 1905, no pasa de ser un ardid que lleva directamente al cuestionamiento integral de la concepción leninista del Partido, aperturando las condiciones para su sustitución por otra de base pequeño burguesa, liberal, si se quiere reformista. La revisión del leninismo es pues evidente. Revisión que va hasta el mismo cuestionamiento de la III Internacional fundada por Lenin y la concepción leninista del internacionalismo proletario, maximizando errores reales o bien planteando el problema fuera del contexto histórico.
LA PRUEBA DE LA PRÁCTICA
Toda la experiencia de la revolución anterior y posterior a la Revolución de 1905 ha ratificado las justezas de las tesis leninistas relacionadas con la construcción del partido del proletariado. Sin enterrar las fuentes ideológicas del oportunismo en ese entonces representado por el economicismo y el ala derecha de la social-democracia rusa, demostrando que aquel consiste, ante todo, en la postración ^ ante la espontaneidad del movimiento obrero y en el rebajamiento del papel dé la conciencia socialista en el movimiento proletario, no habría sido posible en Rusia construir un auténtico destacamento revolucionario como fue el partido bolchevique fundado y dirigido por Lenin. Este es, entre otros, el mérito histórico de “¿Qué Hacer?”. Allí mismo y en sus textos inmediatamente posteriores, Lenin traza, por primera vez en la historia del marxismo, la teoría sobre el partido como organización dirigente del proletariado y como arma fundamental de éste, sin la cual es imposible triunfar en la lucha por la dictadura del proletariado.
Las tesis fundamentales elaboradas por Lenin antes de 1905 no han perdido vigencia. Continúan siendo la piedra angular para la construcción de un auténtico partido marxista-leninista; Ello no significa, sin embargo, desconocer las condiciones particulares o las formas peculiares que tiene que asumir él trabajó organizativo en cada una; de las situaciones” de flujo p reflujo de la revolución, de predominio policiaco o de márgenes determinados de democracia de ofensiva o repliegue, aparte de considerar la situación concreta de la correlación de fuerzas y de la situación de la clase obrera y demás sectores populares. Las formas organizativas se desarrollan, perfeccionan y se adaptan a las condiciones concreta de la correlación de fuerzas y de la situación de la clase obrera y demás sectores populares. Las formas organizativas se desarrollan, perfeccionan y se adaptan alas condiciones concretas de la lucha revolucionaria, sin que ello signifique negar principios básicos extraídos de la misma realidad.
ENTENDER LA REALIDAD CONCRETA
Lenin acertó cuando antes de la revolución de 1905 exigía un partido altamente centralizado, rigurosamente disciplinado selecto en su composición social y apto para el combate en condiciones de ilegalidad y clandestinidad. En tales condiciones no podía plantearse otro tipo de partido que no fuera el que diseñó Lenin. Y no puede decirse que no obstante esta situación, el bolchevismo ruso fue un partido de masas y con vínculos sólidos en el seno dé la clase obrera. Acertó también cuando a su retorno a Rusia en noviembre de 1905 plantea la reorganización del Partido desde el momento en que las condiciones en que debía desarrollar su actividad se había “modificado considerablemente”, pues “ha sido, conquistada la libertad de reunión, de asociación, de prensa''. Al mismo tiempo que reconocía la importancia cíe estos cambios y de su utilización revolucionaria, insistía también en la precariedad de estos derechos y llamaba a evitar toda confianza en tales libertades pues ello “sería una locura, sino un crimen”. En las nuevas condiciones existentes Lenin planteó con audacia un viraje en el trabajo organizativo y de asimilación de nuevos militantes, pues había que “organizarse de manera nueva”, “someter a discusión los nuevos métodos” y trazarse de manera audaz y decisiva el “nuevo curso”.
El realismo leninista no significó, sin embargo, renunciar a sus postulados primigenios, negar los principios organizativos anteriores a 1905. Todo lo contrario. La experiencia práctica las había confirmado, al misino tiempo que aportaba nuevos datos y nuevas formas y métodos. Estos principios que ahora la “izquierda nacional” trata de enterrar no son otros que: el centralismo democrático, la disciplina interna; el reconocimiento del partido como una suma de organizaciones y no de individuos, por tanto la militancia obligatoria en organismos de base; la unidad indisoluble de unidad y practica; la lucha irreconciliable contra toda variedad de oportunismo; el reconocimiento del partido marxista-leninista como el destacamento de vanguardia de la clase obrera.
Está claro que las formas organizativas se desarrollan y perfeccionan de continuo. Seria un simple absurdo pensar la construcción del partido del proletariado como un todo uniforme, sometido a reglas fijas e inmutables, a manera de una secta, a sabiendas de las condiciones cambiantes de la lucha. Pero también, es cierto que en nombre de las necesidades concretas, de las peculiaridades nacionales, no se puede ni se debe renunciar a determinados principios básicos, cuya renuncia lleva inevitablemente a la carencia de principios y al terreno fangoso del oportunismo y el liberalismo tan de gusto de la intelectualidad que se resiste a organizarse y que por el contrario introduce sus tendencias anárquicas y disolventes.
Aquellos ''innovadores” de gabinete continúen construyendo sus castillos de arena. La vida es más fuerte que los sueños de verano y la revolución reclama contingentemente continuar la batalla. Nosotros, comunistas, optamos y nos quedamos con Lenin y el leninismo. Y estamos seguros que la clase obrera nos seguirá en este combate.
Ahora, en otras circunstancias, con el entusiasmo de quien ha descubierto la pólvora insurge la llamada “izquierda nacional” como corriente renovadora y sustitutoria nada menos que del también “osificado”, “dogmatismo” y “stalinista” marxismo oficial. Si aquella “nueva izquierda” arrastraba tufillos velasquistas, esta otra izquierda,” mas sofisticada y teorizante se arrima demagógicamente bajo las frondas de la herencia mariateguista.
La “forja de una izquierda nacional —dicen los redactores de Amauta” simple y sencillamente significa liberarse de las ataduras de la dependencia de los centros externos... como única manera de limpiar el camino para el desarrollo de una izquierda con reales posibilidades de poder”. Carlos Urrutia, por su parte, concluye qué la “izquierda nacional... sólo puede ser socialista y proletaria”.
Es decir, la “izquierda nacional” vendría a ser algo así como una izquierda marxista autóctona, típico producto nacional... Eso es el “cholocomunista” tan del gusto del Ingeniero Malpica.
¿QUE SE DISCUTE?
Aparentemente el problema en debate entre los ideólogos del “cholocomunismo” y lo que ellos califican de marxismo “dogmático” y “stalinista”, tiene implicancias sólo secundarias. Que, en todo caso, el problema se reduce a que unos (los cholo-comunistas) parten de una posición autónoma, independiente, nacional, para enjuiciar los problemas de la revolución peruana, en tanto que los otros (los “dogmáticos” y “stalinistas”) se hallan sujetos a ataduras dependientes respecto de centros de poder extranjeros y que, en lugar de pensar con la cabeza propia lo hacen con cabeza prestada.
Viendo bien las cosas el problema es mucho más complejo y tiene que ver cuestiones cardinales de la revolución peruana En realidad son dos maneras diametralmente opuestas de entenderla. El supuesto carácter nacional de unos y el carácter dependiente de otros no pasa de ser pretexto bajo cuya cobertura se encubren diferencias ideológicas, teóricas y políticas que no pueden menos que llevar a conclusiones divergentes, incluso opuestas, respecto de los diversos problemas, básicos de la revolución peruana y respecto del marxismo-leninismo.
No es casual, por ejemplo, que algún os voceros de la llamada “izquierda nacional” hayan comenzado a cuestionar la dictadura del proletariado o que reclamen la “subversión de los partidos revolucionarios siguiendo las huellas del viejo anarquismo. Tampoco es circunstancial la forma cómo idealizan la democracia quitándole su sello clasista y su carácter históricamente determinado. No en vano se trata de sustituir el carácter internacional de la ideología del proletariado con el nacionalismo pequeño burgués, al mismo tiempo que se arrecian los ataques contra la Internacional Comunista fundada por Lenin, exagerando hasta el extremo ciertos errores reales. Finalmente, tampoco es producto de la casualidad que se levante la figura del Amauta J.C. Mariátegui mellando su sello revolucionario proletario, internacionalista; integrador genuino del marxismo-leninismo o las condiciones concretas de a revolución peruana.
UNA IZQUIERDA -NACIONAL AMBIGUA
No cabe duda que los promotores de la llamada “izquierda nacional” buscan proyectarse como alternativa viable de dirección revolucionaria. Pues no hay otra manera de “limpiar el camino” para el desarrollo de una izquierda con reales posibilidades dé poder”. Si la izquierda “dogmática”, “stalinista”, ha dejado de ser una alternativa de dirección revolucionaria y se ha convertido más bien en un obstáculo para su desarrollo, en tanto y en cuanto negación de la herencia mariateguista, por tanto, del carácter nacional de la revolución peruana, si, en consecuencia, el factor básico del estancamiento y de las derrotas de la revolución radica en la crisis de dirección existente; entonces, no cabe duda, el problema decisivo se traslada a la solución de esta crisis de dirección, por lo tanto a la sustitución de las direcciones que han fracasado por otra nueva. Esta nueva dirección superadora de la precedente, capaz de sacar la revolución del atolladero en que se encuentra, no puede ser otra que la, “izquierda nacional”
La autoproclamada “izquierda nacional” deviene así un intento de dar respuesta integral a la crisis de dirección existente y de proponer un proyecto global para la realización del socialismo en el Perú. Si esto no está dicho nítidamente todo autoriza a pensar qué avanzan en esa dirección. Y sin embargo siguen un camino ambiguo, sinuoso, como es el mismo rótulo “izquierda nacional”.
Bajo ese membrete pueden caber diversos tipos de organización, pasando de la izquierda marxista-leninista a la izquierda democrática en boga hoy. ¿Que es, en efecto, desde el punto de vista de clase y de la composición de clase de sus integrantes, tal “izquierda nacional”? El proletariado no necesita revestirse de “izquierda nacional” para adquirir su propia organización política y afirmar su independencia; No fue Mariátegui quien preconizó la conformación de una “izquierda nacional” porque siempre lo creyó una ilusión pequeño burguesa Su polémica con Haya de la Torre tuvo en esta cuestión uno de los puntos decisivos. Mariátegui abogó por un partido de clase; Haya de la Torre por un partido pluriclasista, es decir por una versión más clara, definida y menos vergonzante que la “izquierda nacional” que hoy se ofrece al proletariado como adquisición novísima y original.
No es que Mariátegui evitara la unidad más amplia de las fuerzas democráticas y revolucionarias susceptibles de ser organizadas. O que se opusiera a ella. Sino qué diferenciaba con claridad el partido de clase y el frente único, por tanto defendía ardorosamente la independencia política e ideológica del proletariado como clase de vanguardia.
La “izquierda- nacional” de nuestros días, no importa que vaya membretada de “marxista-leninista”, no deja de ser uña ilusión pequeño burguesa, respecto de la cual podemos decir, parafraseando a Mariátegui, qué hasta el momento no pasa de ser un plan, un proyecto, algunas tendencias individuales, pero que no ha condensando en. una doctrina, ni en una organización, menos aún en un partido.
EL DEBATE ESTA ABIERTO
Con todo sería políticamente erróneo e ideológicamente perjudicial, no tomar en cuenta las cuestiones planteadas al debate. Y si bien los ideólogos de la llamada “izquierda nacional” no han culminado aun la elaboración de sus tesis centrales tanto en lo teórico como en lo programático, ello no debe ser obstáculo para poner al desnudo sus contrabandos seudo-marxistas. Repitiendo una vez más a Mariátegui, desde el momento en que existe como tendencia confusionista .y demagógica, y por lo mismo ambigua, es preciso esclarecer la posición proletaria” aun a riesgo de ser víctima de sus iras “anti-dogmáticas”.
Es clásica la afirmación de Carlos Marx en el Manifiesto Comunista de que “por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional”. Y que, en consecuencia, “es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía.
De este modo defendía con extraordinaria precisión el carácter internacional efe la ideología del proletariado como expresión concentrada de una clase social que no tiene fronteras nacionales, precisando al mismo tiempo el carácter particular, si se •„ quiere nacional de las revoluciones, “acabar con la burguesía de cada país” como tarea prioritaria del proletariado, no anula ni reniega del internacionalismo proletario ni menoscaba la vigencia universal del marxismo-leninismo.
Lo internacional y lo nacional en las revoluciones dirigidas por el proletariado son una unidad dialéctica indisoluble. Esta relación dialéctica de contenido y forma nunca le han entendido los ideólogos de la pequeña burguesía Sea en su vertiente trotskista que exclusiviza el carácter internacional sea en su vertiente nacionalista burguesa que sobrevalora lo particular y las formas nacionales de la revolución a costa de renunciar u oponerse a las leyes generales de la revolución proletaria que se antoja “dogmática”.
Pero esa unidad contradictoria no equivale a reconocer que lo internacional y nacional tengan un peso y significado similares. Las luchas revolucionarias del proletariado y de los pueblos atraviesan diversas fases y tienen rasgos o leyes particulares y formas específicas que le son propios.
Sin embargo ninguna de ellas escapa a las leyes generales del desarrollo de la historia universal. De donde se desprende la obligatoriedad para los comunistas de integrar la verdad universal del marxismo-leninismo a la práctica concreta de la revolución en cada país. Sin esta unidad de teoría y práctica ninguna revolución puede producirse.
Los errores de Dogmatismo habidos en la historia del Partido reflejaron precisamente la disociación de teoría y práctica, la traslación mecánica de la experiencia internacional del proletariado y la incapacidad para entender las condiciones peculiares de la revolución peruana. El mérito fundamental de Mariátegui reside, justamente en que partiendo de las premisas teóricas marxista-leninistas ausculto la realidad del país y dio respuesta a los problemas planteada por ella. Esa tradición creadora es la que hay que rescatar en toda-su pureza. Ella continúa siendo una tarea irresuelta y, al mismo tiempo, un reto sin cuya solución la revolución no se realizará pese a la madurez de las condiciones objetivas ni el partido del proletariado podrá plasmarse como un auténtico partido marxista-leninista de masas.
NACIONALISMO EN LUGAR DE INTERNACIONALISMO
Ahora bien; ¿Qué plantean a este respecto los ideólogos de la “izquierda nacional”? La aceptación formal, si se quiere lírica del b carácter internacional de la clase obrera y de la base clasista de su ideología, y su sustitución real por una variedad nacionalista pequeño burguesa, chovinista, que lleva directamente a oponer la forma nacional al contenido internacional de la revolución proletaria y a sostener una alternativa pluriclasista en lugar de la hegemonía de la clase obrera en la revolución.
Uno de los argumentos a que recurren es la necesaria independencia política que deben tener los partidos revolucionarios dé todo centro de poder extranjero. Por lo que al Partido Comunista del Perú respecta siempre hemos sostenido la necesidad y la obligatoriedad de tal independencia de la autonomía de cada partido para definir su línea de acción. Esto es un pre-requisito básico. Sin embargo, la necesaria independencia de los partidos marxista-leninistas nada tiene que ver con la pretendida autonomía de la “izquierda nacional”. Aquella es una política independiente dentro de un objetivo y una base ideológica comunes a los partidos marxista-leninistas, ésta un modo vergonzante de proponer la autonomía que necesita el pequeño burgués para socavar la hegemonía de la clase obrera en la revolución y afirmar la suya.
A los partidos comunistas les basta definir partidos clasistas del proletariado, porque son eso en efecto. No necesitan recubrirse como el membrete “izquierda” o ''nacional” para afirmar su carácter revolucionario y su particularidad nacional en el sentido de que recogen lo avanzado y revolucionario de las tradiciones históricas del pueblo peruano y expresan sus aspiraciones profundas y su porvenir.
La “izquierda nacional” necesita recurrir a la ambigüedad, a la utilización oportunista del sentimiento nacionalista de las masas y a los prejuicios chovinistas, para justificarse y para querer, afirmarse como una alternativa sustitutoria de la clase obrera y su base teórica, el marxismo-leninismo.
El concepto “izquierda nacional” es demasiado genérico para .expresar nada concreto ni definido. Una “izquierda nacional” no pasa de ser un rótulo en cuyo trasfondo caben todas las disquisiciones y todos los símbolos. En países con las peculiaridades del Perú tienen allí cabida todos aquellos que afirman una declarada posición democrática y antiimperialista y los que se proclaman socialistas. Es decir sectores sociales disímiles que van desde el proletariado revolucionario hasta sectores democráticos de la burguesía media.
Que al rotulo de “izquierda nacional” se le adicione la palabra “revolucionario” no modifica en nada la cosa. A lo sumo define el carácter revolucionario de esa “izquierda nacional” en lugar de su ambigüedad. Aquí también se olvida que los conceptos “izquierda”, “revolucionario” o incluso izquierda nacional” son términos políticos concretos que definen rasgos específicos de comportamiento respecto de la derecha, el reformismo, o de subordinación externa. Pero de ninguna manera sintetiza ni expresa a cabalidad una alternativa ideológica y política proletaria.
La afirmación mariateguista de la revolución en el Perú no será calco ni copia sino creación heroica del pueblo peruano ratifica los postulados básicos del marxismo-leninismo y desmiente la argumentación de los impulsores de la “izquierda nacional”. La fundación de la CGTP y más tarde del Partido del proletariado por el Amauta testifican un hecho concreto de enorme importancia que sólo la clase obrera erigiéndose en la fuerza dirigente está en capacidad de resolver no sólo las tareas de la revolución social, sino también las tareas democráticas y nacionales pendientes que la burguesía ya no está en condiciones de hegemonizarla. No impulsó la organización de una “izquierda Nacional” como si lo hizo Haya de la Torre, en su lugar propagandizó, organizó y creó el partido de la clase obrera peruana sin perder por ello, su espíritu creador ni renunciar al carácter profundamente nacional de la revolución peruana que él definió magistralmente.
Ser marxista-leninista es ser también revolucionario adentrado en la esencia nacional, sin que ello signifique perderse en los vericuetos del chovinismo nacional. Somos mariateguistas porque somos marxista-leninistas y porque entendemos la revolución peruana en su peculiaridad histórica férreamente entrelazada a la revolución proletaria.
Es un aserto indiscutible el reconocimiento de que las condiciones objetivas que hacen necesaria la revolución en el Perú, están maduras. La revolución antiimperialista, democrática y popular ha devenido “una necesidad práctica, concrete, una exigencia que espera solución. A esa realidad no corresponde sin embargo el desarrollo y la maduración del factor subjetivo, consciente, organizado de la revolución, no obstante los avances logrados a lo largo de estas dos décadas últimas.
Esta contradicción sigue siendo una de las cuestiones fundamentales a resolver, que explícita-hasta cierto punto los reveses sufridos o la incapacidad para explotar debidamente el conjunto de las contradicciones sociales que día a día se tornan más explosivos, aproximando las condiciones de una situación revolucionaria.
Esto es un hecho. Un hecho objetivo que está en la base de la dispersión de las fuerzas revolucionarias y. de las dificultades para articular una respuesta unitaria frente a la ofensiva de la dictadura y la derecha contra el pueblo.
La subsistencia de problemas o errores reales tampoco puede llevarnos a renegar de la experiencia acumulada, o peor aun so pretexto de la “originalidad nacional” renunciar a los principios básicos; del marxismo-leninismo. No hay que olvidar que el viejo revisionismo insurgió en nombre de la lucha contra los “dogmas” marxistas y en nombre de los “nuevos datos sobre el desarrollo económico”. El revisionismo contemporáneo, jruschovista, repite los procedimientos so capa de la “actualización” del marxismo-leninismo, a cuya sombra ataca en realidad lo esencial de la doctrina de Marx y Lenin, sobre todo su teoría y táctica acerca de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado.
Desde el momento de su surgimiento como corriente oportunista el revisionismo criollo se ha deslizado por la pendiente reformista de adaptación a la ideología burguesa. Al parecer, si nos atenemos a las declaraciones públicas dé algunos de sus representantes ideológicos, la llamada “izquierda nacional” ha comenzado a rodar por la misma pendiente.
RECUSANDO EL LENINISMO
Sintetizando tesis básicas que el nacionalismo pequeño-burgués opone a los “dogmas” marxista-leninistas, Sinesio López escribe en Amauta 249 una virtual requisitoria contra la “concepción del internacionalismo proletario” que encarnó la III Internacional fundada por Lenin, y contra la “concepción del partido leninista” anterior a 1905 de supuesto origen kautskiano.
Por razones obvias aquí nos interesa el último punto.
En efecto. Lo que aquí se comienza a cuestionar no es el comportamiento de los partidos políticos que tuvieron que ver con ARI, sino un determinado tipo de concepción de partido. Y no cualquier tipo de concepción de partido, sino la concepción leninista, aquella que está resumida en textos clásicos como “¿Qué Hacer?” o “Un paso adelante, dos pasos atrás”, que sentaron las bases ideológicas y organizativas del Partido del proletariado.
Sinesio López llega a afirmar que la “concepción de partido que la división de ARI ha puesto en cuestión (?) es la concepción del partido káutskiana y leninista de la primera hora y no la concepción formulada por el mismo Lenin luego de las experiencias de 1905 y de 1917”. Una “izquierda nacional” supuestamente marxista-leninista que se erigiera sobre esta base, que fundara sus lineamientos ideológicos y organizativos en la repulsa de lo substancial del leninismo en lo que concierne ala construcción del partido, identificando a Lenin nada menos que con el Kautskismo sería cualquier cosa menos una izquierda nacional con base marxista-leninista.
Satanizar las tesis leninistas sobre partido anteriores a la revolución de 1905, o peor aún contraponerlas artificialmente con el Lenin posterior a 1905, no pasa de ser un ardid que lleva directamente al cuestionamiento integral de la concepción leninista del Partido, aperturando las condiciones para su sustitución por otra de base pequeño burguesa, liberal, si se quiere reformista. La revisión del leninismo es pues evidente. Revisión que va hasta el mismo cuestionamiento de la III Internacional fundada por Lenin y la concepción leninista del internacionalismo proletario, maximizando errores reales o bien planteando el problema fuera del contexto histórico.
LA PRUEBA DE LA PRÁCTICA
Toda la experiencia de la revolución anterior y posterior a la Revolución de 1905 ha ratificado las justezas de las tesis leninistas relacionadas con la construcción del partido del proletariado. Sin enterrar las fuentes ideológicas del oportunismo en ese entonces representado por el economicismo y el ala derecha de la social-democracia rusa, demostrando que aquel consiste, ante todo, en la postración ^ ante la espontaneidad del movimiento obrero y en el rebajamiento del papel dé la conciencia socialista en el movimiento proletario, no habría sido posible en Rusia construir un auténtico destacamento revolucionario como fue el partido bolchevique fundado y dirigido por Lenin. Este es, entre otros, el mérito histórico de “¿Qué Hacer?”. Allí mismo y en sus textos inmediatamente posteriores, Lenin traza, por primera vez en la historia del marxismo, la teoría sobre el partido como organización dirigente del proletariado y como arma fundamental de éste, sin la cual es imposible triunfar en la lucha por la dictadura del proletariado.
Las tesis fundamentales elaboradas por Lenin antes de 1905 no han perdido vigencia. Continúan siendo la piedra angular para la construcción de un auténtico partido marxista-leninista; Ello no significa, sin embargo, desconocer las condiciones particulares o las formas peculiares que tiene que asumir él trabajó organizativo en cada una; de las situaciones” de flujo p reflujo de la revolución, de predominio policiaco o de márgenes determinados de democracia de ofensiva o repliegue, aparte de considerar la situación concreta de la correlación de fuerzas y de la situación de la clase obrera y demás sectores populares. Las formas organizativas se desarrollan, perfeccionan y se adaptan a las condiciones concreta de la correlación de fuerzas y de la situación de la clase obrera y demás sectores populares. Las formas organizativas se desarrollan, perfeccionan y se adaptan alas condiciones concretas de la lucha revolucionaria, sin que ello signifique negar principios básicos extraídos de la misma realidad.
ENTENDER LA REALIDAD CONCRETA
Lenin acertó cuando antes de la revolución de 1905 exigía un partido altamente centralizado, rigurosamente disciplinado selecto en su composición social y apto para el combate en condiciones de ilegalidad y clandestinidad. En tales condiciones no podía plantearse otro tipo de partido que no fuera el que diseñó Lenin. Y no puede decirse que no obstante esta situación, el bolchevismo ruso fue un partido de masas y con vínculos sólidos en el seno dé la clase obrera. Acertó también cuando a su retorno a Rusia en noviembre de 1905 plantea la reorganización del Partido desde el momento en que las condiciones en que debía desarrollar su actividad se había “modificado considerablemente”, pues “ha sido, conquistada la libertad de reunión, de asociación, de prensa''. Al mismo tiempo que reconocía la importancia cíe estos cambios y de su utilización revolucionaria, insistía también en la precariedad de estos derechos y llamaba a evitar toda confianza en tales libertades pues ello “sería una locura, sino un crimen”. En las nuevas condiciones existentes Lenin planteó con audacia un viraje en el trabajo organizativo y de asimilación de nuevos militantes, pues había que “organizarse de manera nueva”, “someter a discusión los nuevos métodos” y trazarse de manera audaz y decisiva el “nuevo curso”.
El realismo leninista no significó, sin embargo, renunciar a sus postulados primigenios, negar los principios organizativos anteriores a 1905. Todo lo contrario. La experiencia práctica las había confirmado, al misino tiempo que aportaba nuevos datos y nuevas formas y métodos. Estos principios que ahora la “izquierda nacional” trata de enterrar no son otros que: el centralismo democrático, la disciplina interna; el reconocimiento del partido como una suma de organizaciones y no de individuos, por tanto la militancia obligatoria en organismos de base; la unidad indisoluble de unidad y practica; la lucha irreconciliable contra toda variedad de oportunismo; el reconocimiento del partido marxista-leninista como el destacamento de vanguardia de la clase obrera.
Está claro que las formas organizativas se desarrollan y perfeccionan de continuo. Seria un simple absurdo pensar la construcción del partido del proletariado como un todo uniforme, sometido a reglas fijas e inmutables, a manera de una secta, a sabiendas de las condiciones cambiantes de la lucha. Pero también, es cierto que en nombre de las necesidades concretas, de las peculiaridades nacionales, no se puede ni se debe renunciar a determinados principios básicos, cuya renuncia lleva inevitablemente a la carencia de principios y al terreno fangoso del oportunismo y el liberalismo tan de gusto de la intelectualidad que se resiste a organizarse y que por el contrario introduce sus tendencias anárquicas y disolventes.
Aquellos ''innovadores” de gabinete continúen construyendo sus castillos de arena. La vida es más fuerte que los sueños de verano y la revolución reclama contingentemente continuar la batalla. Nosotros, comunistas, optamos y nos quedamos con Lenin y el leninismo. Y estamos seguros que la clase obrera nos seguirá en este combate.
[1] LAS PROMESAS DE LA IZQUIERDA NACIONAL, es tomado del folleto EL DEBATE SOBRE LA IZQUIERDA NACIONAL, Ediciones Guillermo Lobatón, en cuya presentación firmada por los editores el 4 de septiembre de 1980 se afirma que se trata de una publicación de artículos relativos al debate MARIÁTEGUI Y LA IZQUIERDA PERUANA el cual se desarrollo entre diciembre de 1979 y abril de 1980 entre quienes defienden la tesis de la Izquierda Nacional (Carlos Iván Degregori, Carlos Urrutia, Sinesio López, Alberto Flores Galindo y la revista Amauta) y quienes se oponen a ella ( Manuel Dammert, Gustavo Espinoza y el Periódico Patria Roja)
[2] Esta referencia aparece como un supertitulo, avisamos que los editores advierten que algunos títulos originales no han sido respetados y en otros casos los artículos han sido recortados
2 comentarios:
Este articulo es muy bueno, deberian difundirlo más.
He utilizado el artículo para una escuela politica. Nos parecio muy contrastante
Publicar un comentario